23 de julio de 2017

Sobre Martín Lutero

Este años se cumple el 5º Centenario del supuesto clavado, por parte de Lutero, en las puertas de la iglesia de Wittemberg, de de las 95 tesis contra Roma. Ante los fastos que se están preparando en Alemania para conmemorarlo, creo que es imprescindible la lectura de artículo de María Elvira Roca Barea, aparecido en el diario El País este 23 de Julio. A continuación hay un link para llegar a él.



22 de julio de 2017

Equivocarse con Pedro

El pasado 18 de Julio se cumplieron 147 años de la declaración del dogma, en el concilio Vaticano I, de la infalibilidad del Papa cuando éste habla ex-cátedra, cosa que sólo puede hacer cuando se refiere a cuestiones de dogma y de moral. Este dogma de la infalibilidad papal produjo no pocos escándalos en la Iglesia de la época. Sin embargo, sólo vino a clarificar algo que, de una manera no muy delimitada, se creía desde los albores de la Iglesia. Hay muchos y cumplidos ejemplos de esta creencia previa a la declaración del dogma, pero no me detendré en ellos. Traigo esto a colación porque en los últimos días y de una forma recurrente me han llegado rebrotes de una cuestión que arranca de los dos sínodos sobre la familia que tuvieron lugar en 2014 y 2015 y de la exhortación postsinodal “Amoris Laetitia” del Papa Francisco. Mucha gente se ha rasgado las vestiduras porque, afirman, que en estos documentos se pone en cuestión nada menos que la indisolubilidad del matrimonio y la obligatoriedad de estar en gracia de Dios para recibir el sacramento de la Eucaristía, así como otras cuestiones referentes al sacramento del perdón. Ciertamente, Francisco no ha hablado ex-cátedra, y es altísimamente improbable que lo haga. Por tanto cualquier cosa que pueda decir, incluso en cuestiones de dogma y de moral, no será de obligada aceptación. Aun así, cuando un Papa, aún sin hablar ex-cátedra se ciñe a temas de dogma y moral, merece, salvo que contradiga doctrinas anteriormente sancionadas dogmáticamente, merece el máximo respeto y acatamiento. Y parece que este respeto no se está produciendo por parte de miembros de la jerarquía y de católicos de a pie.

Efectivamente, un grupo de cuatro cardenales le han pedido al Papa, de forma un tanto conminatoria, que aclare unos puntos de la “Amoris laetitia” que, a su juicio, pueden ir contra la indisolubilidad del matrimonio o en el sentido de abrir el camino a los separados o divorciados que hayan contraído una nueva unión, para acercarse a los sacramentos de la Reconciliación o la Eucaristía. Por supuesto, esta petición de aclaraciones no supone ninguna falta de respeto. Pero tal vez la forma de pedirlas y, seguro, la forma de difundirlas, sí lo son. También hay un gran malestar, entre círculos eclesiásticos, que, no obstante se ha contagiado a muchos católicos, acerca del cese más o menos fulminante de determinados obispos y/o cardenales, en favor de otros que podrían ser más afines al pensamiento de Francisco. Ni afirmo ni niego que pueda haber alguna relación entre ambas cuestiones. Sobre esta yesca, recientemente, ha saltado la chispa de una carta que el Papa emérito, Benedicto XVI ha mandado para ser leída en el funeral del cardenal Meismer, amigo suyo y uno de los cardenales que pedía a Francisco aclaraciones y que ha muerto recientemente.

En esta carta de Benedicto XVI, vaticanistas “expertos” han creído leer entre líneas una llamada de atención del Papa emérito a Francisco. Yo he leído lo que estos sabios “expertos” me han dejado leer de esa carta. El párrafo “incendiario” de la carta de Benedicto es uno que dice que “el Señor no abandona a su Iglesia, ni siquiera cuando la barca está a punto de volcarse”. Por supuesto, yo carezco de la perspicacia y la “romanitá” de la que hacen gala estos vaticanistas. Los “expertos” en leer entre líneas son a menudo tan sutiles que uno, en su simpleza, se pregunta si no estarán buscando tres pies al gato. Claro que alguien que no se los buscase, probablemente no gozaría de la fama de “experto” vaticanista de la que éstos gozan. Pero a mí se me antoja que un experto en historia de la Iglesia, como es Benedicto XVI, conoce muchísimos momentos históricos en los que la barca de Pedro ha estado haciendo agua de forma infinitamente más peligrosa que ahora. Me cuesta pensar que Benedicto XVI, que además es de una prudencia exquisita y lleva su papel de Papa emérito con una discreción admirable, se refiera en esa frase al inminente hundimiento de la Iglesia. Pero, claro, yo no soy más que un pardillo frente a gente tan avispada. Seguramente si dijese esto en su presencia me mirarían con la condescendencia con la que se mira a un niño ingenuo.

Pero, vamos al meollo. He leído dos veces, con detenimiento, la exhortación “Amoris Laetitia” y, con anterioridad, leí con lupa las dos “relatios” de los dos sínodos de la familia. En ninguno de los tres textos, la exhortación postsinodal y las dos relatios, he encontrado nada que permita hacer pensar que hay algo en contra de la indisolubilidad del matrimonio[1]. Tengo amigos que se han sentido enormemente incómodos y hasta indignados con este documento. Precisamente por esto les he pedido por favor –de verdad, no retóricamente– que me indicasen algún pasaje o expresión que les hiciese pensar que sí había una duda sobre la indisolubilidad del matrimonio en el texto. Ninguno me ha respondido con una cita concreta ni con un razonamiento basado en el texto. Yo, en cambio, sí puedo citar párrafos del mismo en los que explícitamente se expresa sin lugar a dudas la indisolubilidad del vínculo matrimonial[2]. Pero –y otra vez lo digo con absoluta sinceridad– estaría perfectamente dispuesto a reconocer mi error, con la alegría que produce el descubrimiento de la verdad, aunque con la tristeza de ver que un Papa va en contra de un clarísimo pasaje evangélico, ante cualquier cita del documento o razonamiento sobre él que demostrase que estoy equivocado.

Un asunto mucho más sutil el del acceso a los sacramentos de los divorciados o separados que viven en una segunda unión. Por supuesto, tampoco hay en ninguno de los tres textos ninguna mención a que esto sea algo permitido con carácter general. Si lo hubiera, sería algo verdaderamente preocupante, porque los Evangelios son, como se ha visto, clarísimos a este respecto. El que deja a su mujer o su marido y se casa con otra u otro, comete adulterio. Y el adulterio es una falta grave según la doctrina de la Iglesia sólidamente establecida y según otra doctrina no menos sólida, no se puede acudir al sacramento de la reconciliación sin propósito de la enmienda ni se puede acceder a la Eucaristía en pecado mortal[3]. Pero, insisto, no hay en ninguno de los tres documentos nada que suponga un permiso generalizado para acudir a estos sacramentos por parte de las personas que están en esa situación. Hay sin embargo, esbozada de una manera muy sutil una cuestión que posiblemente haya levantado ampollas en muchos cristianos y pastores de la Iglesia. Habla de casos particulares en los que debe haber un acompañamiento especial y un profundo discernimiento por parte de los obispos, sin explicitar de ninguna manera que en esos casos particulares se pueda acceder a los sacramentos antes citados, aunque sin tampoco cerrar esa puerta explícitamente. Pero, a ciertas sensibilidades este lenguaje les desagrada. Querrían un NO tajante y generalizado en vez de algo que juzgan como ambigüedad y una apertura de una rendija en una puerta que tal vez, temen, en un futuro se pueda abrir del todo. Lo que hay detrás de esta ambigüedad es, sin embargo, y a mi entender, algo que creo que sí debe plantearse.

De pequeño, me aprendí en el colegio el catecismo de memoria. Algo de ese aprendizaje ha quedado en ella hasta hoy. Decía el catecismo de entonces –y lo dice el actual Catecismo de la Iglesia Católica– que para que haya pecado mortal tienen que darse tres condiciones. No una, ni dos, no, tres. 1ª que la falta sea en materia grave. 2ª que haya plena advertencia y, 3ª, que haya perfecto consentimiento. No me atrevería yo a hacer una interpretación personal de los límites de estas tres condiciones. Por eso cedo la palabra al Catecismo de la Iglesia Católica que cito textualmente permitiéndome únicamente poner en negrita algunas frases.

1735 “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales”.

1858  “La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño”.

1859. “El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado. 1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal”.

A la vista de lo anterior, ¿puede haber casos en los que para una persona divorciada o separada que vive en una nueva unión concurran circunstancias que hagan que no se dé la tercera de las condiciones? No me cabe duda que puede haberlos. Y, si los hay, esta persona no está en pecado mortal. Y si no lo está, puede acceder a los sacramentos. ¿Merecen estos casos particulares ser discernidos por los pastores de la Iglesia y, en su caso, dar un permiso especial? Me caben pocas dudas de que lo merecen.

En su momento, al acabar el segundo sínodo de la familia, en octubre de 2015, me expresé diciendo que creía que el Papa debería ser explícito en este asunto. Ahora no estoy convencido. Creo que es un tema muy espinoso, en el que hay muchas sensibilidades que hay que cuidar y respetar con delicadeza y que, por tanto, el Papa hace bien en dejar el asunto en maceración. Entre las virtudes de este Papa, la de la prudencia probablemente no esté entre las que posee en mayor grado. Sin embargo, en este caso, sí está actuando con una gran prudencia. No así los cardenales que le urgen a que responda, a que lo haga  YA y a que lo haga con monosílabos, sí o no, como si de un referendum se tratara. Menos correcta aún me parece la postura de los cardenales de, partiendo del silencio del Papa, filtrar sus preguntas a la palestra pública a través de un conocido vaticanista. La postura prudente y humilde hubiese sido aceptar ese silencio, comprendiendo que el Papa puede tener razones para no responderles en el plazo o la forma en que ellos exigen. La carta de los cardenales en la que se hace públicas estas preguntas empieza con un planteamiento que no sería descabellado calificar como “excusatio non petita…”. Además, en esta carta, mientras las dudas se expresan largamente, parece que se pide al Papa que conteste con un monosílabo a cada duda.

Para no quedarme a mitad de camino, no tengo más remedio que decir cuáles son estas cinco dudas planteadas por estos cuatro cardenales. A mi juicio, las cuatro primeras están contestadas con los párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica que he citado más arriba. Me produce un asombro y una extrañeza adicionales que lo que para mí, mente simple, queda aclarado con una simple visita a ese Catecismo, para miembros de la alta jerarquía de la Iglesia requiera una aclaración conminatoria del Papa. Máxime cuando no se ha promulgado ni una sola norma canónica que cambie lo que era válido hasta ahora y, por supuesto, sigue siéndolo.

No copio las largas consideraciones de los cardenales en el planteamiento de sus dudas. Me limito a citar los párrafos de la “Amoris laetitia” que despiertan esas dudas. Que cada uno vea si, con un simple ejercicio de lectura, se pueden o no explicar esos párrafos dudosos a la luz del catecismo.

Duda 1 Nota a pie de página 351 del párrafo 305 de la exhortación. (cito el párrafo sólo parcialmente e íntegra la nota al pie)
A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia [351] [En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» ( ibíd, 47: 1039).]

 Duda 2. Párrafo 304 que cito entero.
304. Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano. Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino, y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay [...] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos [...] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación»[347]. Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado[348].

Duda 3 Párrafo 301, que cito íntegro
301. Para entender de manera adecuada por qué es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones llamadas «irregulares», hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma»[339] o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa. Como bien expresaron los Padres sinodales, «puede haber factores que limitan la capacidad de decisión»[340]. Ya santo Tomás de Aquino reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes[341], de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa virtud está dificultado: «Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes»[342]

Duda 4
Otra vez sobre otro aspecto del párrafo 304 citado anteriormente

Duda 5 Párrafo 303
303. A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio. Ciertamente, que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena.

Debo reconocer que este párrafo de la exhortación me parece bastante confuso, y no creo que pueda ser respondido con las citas anteriores del Catecismo de la Iglesia Católica. Pero, en modo alguno veo en este párrafo, hasta donde alcanzo, nada que vaya en contra de ninguna doctrina sólidamente establecida en la Iglesia.

Por todo lo anterior, no puedo comprender que se hagan sonar los tambres de guerra y que haya quien inflama las redes sociales con estas cosas. Ya tenemos bastante con los sedevacantistas que opinan que la sede de Pedro está vacante desde el concilio Vaticano II porque todos los Papas posteriores a él, Juan XXIII incluido, son herejes. Probablemente vivimos uno de los mejores periodos de la historia del Papado. Cada Papa tiene su estilo que puede gustar más o menos, pero me atrevo a decir que nunca ha habido en la historia del Papado un siglo largo como ha sido el XX y lo que llevamos del XXI en el que se hayan sucedido tantos Papas tan estupendos. En la historia de la Iglesia ha habido Papas espantosamente lamentables. Sin embargo, ninguno ha tenido la osadía de intentar torcer los principios morales sólidamente establecidos en la Iglesia para satisfacer sus vicios personales. Y no creo que vaya a ser este Papa el que lo haga. Por tanto, en estos temas, que son de dogma y de moral, y aunque el Papa no se pronuncie ex-cátedra yo estoy, hasta ahora y previsiblemente estaré, con él. Si me equivoco, me equivoco con Pedro. Pero no alentaré ni daré pábulo a lamentables rebrotes sedevacantistas ni críticas que no siempre parten de la mejor voluntad.

Una aclaración que considero importante

Por si alguno piensa que son un Papapelota, quiero dejar claro, y no es la primera vez que lo hago, que tengo muy serias diferencias con este Papa en lo que a cuestiones de economía política se refiere. Pero creo que me lo puedo, y me lo debo, permitir porque estos temas no entran en la esfera en la que el Papa es una autoridad y, con todo el respeto, creo que mi formación y conocimientos son muy superiores a los suyos. Además, también creo que su conocimiento de la realidad política económica del mundo está fuertemente sesgada por haber crecido en una región y un país en concreto, donde los populismos y dictaduras de izquierdas y de derechas han hecho que conozca sólo una caricatura de la economía de libre mercado y la democracia. Determinadas ideas económicas y políticas expresadas en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” me parecen gravemente equivocadas y creo que en su encíclica “Laudato si”  yerra lamentablemente el tiro. Y creo que son cuestiones vitales, porque si es cierto, por supuesto, que no sólo de pan vive el hombre, no lo es menos que si no se libera de la miseria, poco más se puede hacer. Y, estoy firmemente convencido de que el único sistema que puede sacar al mundo, A TODO EL MUNDO, de la miseria, es la economía de libre mercado y que cualquier otro sistema perpetúa esta miseria y la puede extender a países que parece que están poco a poco saliendo de ella o, incluso, hacer que vuelva a naciones de la que está prácticamente erradicada. Varias veces he escrito al Papa acerca de esto con anterioridad, desde el más cuidado y comedido estilo de respeto, explicándole mi punto de vista y pidiéndole, sin ninguna esperanza y con todo el entendimiento del mundo, una entrevista para cambiar impresiones sobre este tema. Pero cuando se trata de dogma y moral, su autoridad me supera infinitamente, y no seré yo quien colabore a su acoso.

Conclusión

En muchas de sus alocuciones en viejes, Francisco suele terminar con una frase en la que nos exhorta a que recemos por él y que hagamos que otros hagan lo mismo. Pues bien, yo, obedeciendo a esta exhortación, rezo por Francisco, para que el Espíritu Santo guíe sus caminos y os pido a todos vosotros que hagáis lo mismo.



[1] El evangelio es clarísimo, por boca de una sentencia directa de Jesús, en lo que a la indisolubilidad del matrimonio se refiere: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra y, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos uno sólo’? De manera que ya no son dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre […] Ahora yo os digo: ‘El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio’” (Mateo 19, 1-9). Quien crea en el Evangelio, poco puede puntualizar a esto.
[2] Nº 123 “Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la «máxima amistad»[122]. Es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida. Pero el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia. Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino también que sean fieles y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran que en la naturaleza misma del amor conyugal está la apertura a lo definitivo. La unión que cristaliza en la promesa matrimonial para siempre, es más que una formalidad social o una tradición, porque arraiga en las inclinaciones espontáneas de la persona humana. Y, para los creyentes, es una alianza ante Dios que reclama fidelidad: «El Señor es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo que era tu compañera, la mujer de tu alianza [...] No traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio» (Ml 2,14.15-16)”.
Nº 124 “[…] Que ese amor pueda atravesar todas las pruebas y mantenerse fiel en contra de todo, supone el don de la gracia que lo fortalece y lo eleva. Como decía san Roberto Belarmino: «El hecho de que uno solo se una con una sola en un lazo indisoluble, de modo que no puedan separarse, cualesquiera sean las dificultades, y aun cuando se haya perdido la esperanza de la prole, esto no puede ocurrir sin un gran misterio»”.
Nº 178 “Muchas parejas de esposos no pueden tener hijos. Sabemos lo mucho que se sufre por ello. Por otro lado, sabemos también que «el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación [...] Por ello, aunque la prole, tan deseada, muchas veces falte, el matrimonio, como amistad y comunión de la vida toda, sigue existiendo y conserva su valor e indisolubilidad»[199]. Además, «la maternidad no es una realidad exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras»”
[3] “Por eso, quien coma o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor. Examínese pues cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe el cuerpo sin discernir, come y bebe su propio castigo”. (1 Corintios 11,27-29)

20 de julio de 2017

Frases 20-VII-2017

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

No se como puedo ser visto por el mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega al borde del mar y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra más pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que el gran océano de la verdad se expone ante mí completamente desconocido.

Isaac Newton


18 de julio de 2017

El triste sistema fiscal español

Hoy leo una noticia en Expansión que no puedo dejar de comentar. Podéis leerla en el link de más abajo (o, más completa, en el Expansión de papel). España está en el puesto 28, sobre los 35 de la OCDE, en el Índice de Competitividad Fiscal elaborado por la Tax Foundation, uno de los think tanks más influyentes del mundo en el campo fiscal. Este índice, como su nombre indica, pretende medir la capacidad de atracción de inversión a un país por sus políticas fiscales. El índice mide 40 variables, es decir, no se centra únicamente en la presión fiscal, sino en la equidad de su aplicación, su simplicidad de aplicación, y un largo etc. de aspectosPor supuesto, hay otros factores, además de los fiscales, que pueden hacer más o menos atractivo un país para la inversión extranjera, pero el aspecto fiscal es, sin duda, de enorme importancia. Ahí estamos, en la cola del pelotón, con 58,9 puntos que se sitúan entre los 100 de Estonia y los 43,2 de Francia, pasando por los 82,1 de Suecia, los 70,9 de Noruega, los 70 de Irlanda o los 67,4 de Dinamarca. Si bien es cierto que desde el año pasado hemos mejorado cuatro puestos desde el año pasado, todavía somos el 8º por la cola. El artículo en papel (no aparece en el link), aclara algunas de las cosas que hacen que Estonia esté en el primer puesto. Dice: “Primero, su Impuesto de Sociedades no se aplica sobre beneficios, sino sobre el reparto de dividendos (aplausos míos). En segundo lugar, el equivalente a su IRPF es muy sencillo, con un tipo general del 20% que se aplica a partir de un mínimo exento (aplausos estrepitosos acompañado de bravos). El tercer punto: si sistema de impuestos (sobre bienes inmuebles) se aplica sobre el valor del suelo y, como critica el informe en relación a España, No en función de las valoraciones arbitrarias elaboradas por un catastro público (Pateo en el suelo con los pies, que es lo único que me queda, en manifestación de entusiasmo) Por último, el estudio destaca el modelo de fiscalidad territorial de la república báltica, que exime al 100% el pago de impuestos por los beneficios obtenidos en el extranjero (¡¡¡¡Uauuuuuuuu!!!! Ya no sé con qué aplaudir. ¿Con las orejas?)”. El PIB de estonia ha tenido un crecimiento interanual al primer trimestre de 2017 del 4% y viene experimentando una progresión impresionante.  Claro, esto sólo se puede conseguir teniendo un estado delgado, casi atlético y no uno que se parezca al monstruo Hobba de la guerra de las galaxias, como el de Francia. Al hilo de esto, me voy a permitir un breve comentario y una reflexión no tan breve.

El breve comentario: ¿Os imagináis a qué puesto bajaríamos con una coalición PSOE-Podemos en el gobierno? Cosas veredes amigo Sancho.

La reflexión no tan breve. En febrero del año pasado, el fisco francés reclamó a Google 1.600 millones de € porque, supuestamente, había evadido impuestos en Francia (último de la lista) para ponerlos en Irlanda (puesto 14). Esto viene a cuento de una moda, impulsada por países como Francia que ha dado en acusar a ciertas empresas multinacionales de algo eufemísticamente llamado “Planificación fiscal agresiva”. Que significa que una empresa, analizando la legislación fiscal vigente en los países en los que opera y cumpliendo con ella el pie de la letra, planifica su fiscalidad de forma que pague menos impuestos. Por supuesto, esto desata la furia de países como Francia que quieren jugar a con dos barajas. Tener un absolutamente incompetitivo sistema fiscal y que las multinacionales pongan, aunque la ley no les obligue a ello, sus beneficios en su país, para colaborar con la Grandeur de la France. Claro, Google reclamó esa reclamación y, mira tú por donde, la Grandeur de la France se mostró por otro lado: en la independencia de su poder judicial, que hace unos días ha dado la razón a Google. Podéis ver la noticia en el segundo link.

Moraleja: Si Europa quiere ser de verdad Europa, lo primero que tiene que hacer es armonizar sus políticas fiscales, tanto por los ingresos como por los gastos, porque si no lo hace, le resultará imposible hacer una legislación fiscal que acepten franceses y estonios. Pero, claro, esto es algo que requiere una importante cesión de la soberanía nacional y Europa quiere ser Europa, pero sin ser Europa, lo que resulta más complicado que la cuadratura del círculo. Y por eso, entre otras cosas, está fracasando. Nunca debió empezarse el proceso de muchos países jugando al soy, no soy, sino unos pocos que VOLUNTARIAMENTE, quisiesen jugar, de verdad, al soy Europa, y a muerte.


http://globovision.com/article/justicia-francesa-da-razon-a-google-que-evita-pagar-1-100-millones-de-euros-de-impuestos

15 de julio de 2017

Estrategia push-pull de Dios para llevarnos a él

En el año 1979, con mi MBA en el IESE recién terminado y trabajando en marketing en Johnson Wax, el fabricante de productos de limpieza doméstica, empecé a dar clase de este tema en el Instituto de Empresa. Uno de los pilares del marketing era, y sigue siendo, la distribución. No la distribución física o logística, sino el cómo conseguir que el producto que uno intentaba vender al consumidor final, el ama (o amo) de casa, estuviese disponible en el mayor número posible de tiendas para que el acto de la compra pudiese ser lo más cómodo posible para el consumidor, ya que éste, aunque en principio prefiera un producto, comprará otro si lo tiene más a mano. Y lograr esa distribución no era, ni es, ni mucho menos, tarea fácil. El dueño de una tienda quiere tener en ella lo que la gente le pida y lo que le deje más margen. El tener un determinado producto es para él un delicado trade-off. De nada le sirve tener en su tienda un producto que le deje mucho margen si nadie lo quiere comprar. Tampoco es rentable para él tener un producto que todo el mundo quiere pero que le deje un margen ridículo. Lo ideal sería tener un producto que le deje mucho margen y que se venda muy bien. Pero, claro, eso es imposible. Porque un fabricante que haga un producto muy bueno, que a la gente le guste mucho y sobre el que haga mucha publicidad le pondrá un precio muy cercano al que la gente está dispuesto a pagar por él, con lo que al dueño de la tienda solo podrá cargar el producto con un margen pequeño. En cambio, si un fabricante le vende un producto a un precio claramente inferior al que la gente está dispuesta a pagar por él, de forma que el tendero pueda cargarle un buen margen, será porque el producto no tiene mucho tirón, bien porque no es muy allá, bien porque el fabricante no se ha gastado mucho dinero en dar a conocer el producto y sus cualidades. Esto da lugar, y así lo explicaba yo en mis clases de marketing, a dos posibles estrategias por parte del fabricante.

La primera, más glamurosa, es la llamada estrategia pull o de atracción. Es aquella en la que el fabricante decide usar sus recursos escasos (¡jodidos recursos escasos! ¿Por qué tendremos que vivir en un mundo en el que los recursos sean escasos?) en el lado de la creación de la demanda. Puede hacer esto mediante la combinación de dos recursos: a) a través de hacer un producto que sea lo que realmente le gusta al consumidor (lo que conlleva gastos en investigación de mercados, I+D+i, y el añadir al producto esos atributos que lo hacen apetecible y que hacen que su coste sea mayor y/o b) hacer una mayor publicidad. Ambas cosas requiern mucho dinero y ambas hacen que el consumidor esté dispuesto a pagar más por el producto, lo que permite poner un precio más alto y que, a pesar de ello, quede para el tendero cierta posibilidad de mantener un margen aceptable, aunque sea estrecho.

La segunda estrategia, menos glamurosa, que puede seguir el fabricante es la llamada push o de presión. En este caso, el fabricante no pondrá apenas dinero ni en investigación de mercados, ni en I+D+i, ni dotará al producto con atributos caros y atractivos, ni se gastará apenas dinero en publicidad. Pero, en consecuencia, tampoco el consumidor tirará mucho del producto ni estará dispuesto a pagar mucho por él. Pero el fabricante podrá vendérselo barato al tendero, podrá, además, realizar determinadas acciones promocionales que se traduzcan en mayor rentabilidad para la tienda y, de esta manera, esperar que el tendero “se moje” por el producto.

Por supuesto, estas dos estrategias nunca se aplican de forma químicamente pura. Siempre hay un mix de ambas con un predominio relativo mayor o menor de una de ellas. Tampoco este mix es igual para todos los posibles tenderos. No se aplica el mismo mix de esas estrategias a Carrefour que a un mayorista que abastece a las pequeñas tiendas del norte de la provincia de Huesca y Navarra. Tampoco hay ninguna fórmula mágica que te de la proporción de una y otra estrategia que tienes que aplicar en cada sitio o a cada tipo de cliente.

Como se ve, esto del marketing tiene mucho de arte en el que los matices son importantísimos. Pero no trato en estas páginas de dar una clase de marketing[1], sino de hablar de las estrategias de Dios para nuestra llevarnos a Él. Lo que ocurre es que Dios también utiliza, me parece, estas estrategias de presión y de atracción. Pero tiene una ventaja sobre los fabricantes de productos que quieren vender: No está sometido a la jodida ley de los recursos escasos. Es decir, puede usar a tope ambas estrategias de atracción y de presión empleando en ellas tantos recursos como quiera. Puede vender a un precio tan bajo como quiera, hacer tanta publicidad como desee, diseñar un producto tan bueno como quiera, etc., etc., etc. Sólo tiene un límite en los recursos que quiera usar. De ese límite hablaré más adelante. Dios sí está sometido, en cambio, a nuestra libertad. Al igual que en el caso de los compradores finales de los productos de Johnson Wax, somos completamente libres para, a pesar del uso que Dios pueda hacer de ambas estrategias, decidir no “comprarle” la salvación. Pero veamos en qué consisten las estrategias de presión y de atracción de Dios para que le compremos la salvación. Cuando Dios regaló la inteligencia al hombre le dio una herramienta poderosísima, cualitativa y radicalmente diferente de cualquier otra herramienta que pueda soñar con tener ningún ser vivo existente sobre la faz de la Tierra.

Debo decir unas palabras sobre lo que entiendo por esa inteligencia cualitativamente diferente que sólo el hombre posee en la Tierra. En primer lugar, el ser humano, con su inteligencia, es capaz de hacerse una representación de algo que no existe y que no ha visto nunca antes. Ningún ser vivo puede representarse otra cosa que el mundo que le es dado por sus sentidos. Un león no puede representarse un mundo en el que hubiese más cebras y, por tanto, tuviese que correr menos para cazar. Un ser humano sí. Un ser humano puede representarse un mundo en el que reine la justicia, por poner un ejemplo. O en el que él sea el rey del mambo y que todo gire a su alrededor. Y no es sólo que pueda hacerlo, es que no puede no hacerlo. Todos, continua e inevitablemente, nos estamos representando mundos que no hemos visto jamás. Un mundo en el que somos médicos o ingenieros, en el que nos casamos con tal persona, en el que vamos a una playa de un país lejano en verano o a esquiar en una estación que no conocemos en invierno. Y no sólo eso. Estamos eligiendo cual de esos mundos preferimos. Para ello, ideamos diferentes estrategias para intentar transformar el mundo real que nos presentan nuestros sentidos en ese mundo imaginado. Hacemos estimaciones del coste, en términos muy diversos –esfuerzo, dinero, tiempo, relaciones con otros, etc., etc, etc.– del beneficio, también en términos muy diversos –satisfacción resultante, premios, aprecio de los demás, etc., etc., etc.–, de las probabilidades de éxito, etc. Esto lo hacemos continuamente, de forma inconsciente, pero no paramos de hacerlo. Y en base a estos análisis, elegimos lo que queremos, el modelo de mundo en el que queremos transformar el mundo real. Pero hacemos más. Analizamos continuamente el grado de avance en el camino emprendido, lo comparamos con el coste incurrido, valoramos si merece la pena o no perseverar y, en consecuencia, seguimos adelante o cambiamos de objetivo. Esto no lo hacemos más que muy de cuando en cuando para grandes decisiones vitales que pueden cambiar radicalmente nuestra historia, pero lo hacemos continuamente para decidir si vamos al cine con unos amigos o nos vamos a cenar con otros. No podemos dejar de hacerlo. Un animal no puede hacer eso. Ninguno. En ningún grado. Tan pronto como a un león se le disparan las sustancias químicas de su cuerpo que le producen la sensación de hambre, no puede hacer otra cosa que ir a cazar. Y sólo sabe cazar de una manera, como un león. Su instinto le dicta cómo hacerlo y no puede modificar su instinto.

Sin embargo, este don de la inteligencia tiene una parte luminosa y otra oscura. La luminosa le sirve a Dios para la estrategia de atracción. La oscura para la de presión.

Empecemos por la estrategia más prosaica, la de presión, basada, como acabo de decir, en la parte oscura de la inteligencia. Con la inteligencia que Dios dio al ser humano, éste fue el primer ser vivo capaz de ser consciente de su muerte. Y esto le produjo, y le produce, al menos en flashes, un miedo terrible, aun cuando se encuentre sano y se joven. Y esto nos lleva a anhelar la inmortalidad. Otra cosa que trajo aparejada la aparición de la inteligencia fue la posibilidad de que en un grupo humano apareciesen individuos que pensasen que para qué se iban a esforzar ellos, cuando podían aprovecharse del esfuerzo ajeno, bien sea robando, vagueando o de mil otras formas que el lado oscuro de la inteligencia pudiera idear. Ninguna manada de lobos o rebaño de búfalos puede permitirse la presencia de “gorrones”. Primero porque su instinto no se lo permite y, segundo, porque si lo hiciesen, toda la manada o el rebaño morirían. El ser humano sí que puede. Esto dio lugar a que sintiésemos la necesidad de una norma moral y de una autoridad omnisciente que vigilase el cumplimiento de esa norma, premiase a quien la cumpliese y castigase a quien no lo hiciera. Posteriormente esto se plasmó en un derecho positivo y en una autoridad terrena que la hiciese cumplir. Por último, el lado oscuro de la inteligencia nos hizo muy conscientes de la precariedad de nuestros planes, de en qué inmensa medida éstos, y por lo tanto nuestra vida, estaban a merced de fuerzas mucho mayores que nosotros que los podían hacer fracasar y que, de hecho, muy a menudo, los hacían fracasar. De ahí surgió nuestra necesidad de una providencia, una fuerza omnipotente y benévola que guiase nuestros esfuerzos y a la que poder invocar para que llegasen a buen fin o, al menos, no se torciesen demasiado. Y sólo un ser superior podía satisfacer estas necesidades que pedía a gritos nuestra ineligencia. Y así, Dios nos da una inteligencia con un lado oscuro que empuja hacia Él. Muchos ateos, al leer este párrafo pueden creer que esto corrobora su creencia de que el hombre se ha inventado a Dios. Pero para ello tienen que explicar de dónde nos viene esa inteligencia que no tiene ningún parangón con ninguna otra capacidad de ningún otro ser vivo sobre la Tierra. Puedo mostrar, que no demostrar, cómo es prácticamente imposible que una inteligencia así haya venido por evolución. Pero sería demasiado largo para estas líneas[2]. Más bien parece que el que nos regaló la inteligencia diseñó este aspecto de la misma como parte de la estrategia de presión. No tiene mucho glamur eso de que le busquemos por miedo, bien sea a la muerte, al castigo o al fracaso. Si sólo existiera esta estrategia de presión, sería muy triste. Pero gracias a Dios –en sentido literal– existe una estrategia más glamurosa: la de atracción.

Vamos ahora a esta estrategia de atracción, basada en la faceta luminosa de la inteligencia. La inteligencia que nos ha sido regalada tiene sed de la verdad, el bien, la belleza y la unidad. Nada nuevo. Ya Aristóteles descubrió estas aspiraciones del ser humano y les llamó los trascendentes.

La verdad. Efectivamente, por mucho que desde la Ilustración se haya iniciado un proceso de desprestigio y relativizó la idea de la verdad, el ser humano necesita la verdad. Cierto que le hemos cogido miedo porque, a menudo, en la historia, hay quien ha abusado de lo que creía que era verdad, lo fuera o no, para imponérsela por la fuerza a los demás. Pero en antídoto de este grave problema no hay que buscarlo en el estéril escepticismo, sino en la humildad y en el respeto a todo ser humano. Pero, más allá de la pose intelectual y del miedo, somos incapaces de vivir sin la verdad. Si mañana me dicen que por hacer un trabajo me van a pagar una cierta cantidad de dinero, ya lo creo que me importa saber si de verdad me lo van a pagar o no. Si me dicen que me tengo que someter a una operación grave de la que tengo un 10% de morirme y un 90% de curarme y de que si  o me opero me moriría con un 80% de probabilidad, ya lo creo que me importa saber si esos porcentajes se acercan a la verdad o son obtenidos a ojo por algún indocumentado. Por supuesto, hay verdades simples. Que las teclas del ordenador en el que estoy escribiendo existen, es una verdad de la que es difícil dudar. Pero también hay verdades complejas, como la de la operación que he puesto antes como ejemplo, o las consecuencias que se puedan derivar de intentar evitar un atentado terrorista, o la existencia de Dios. Pero lo cierto es que o me muero en la operación o sobrevivo y me curo o sobrevivo y no me curo. Y si intervengo para evitar el acto terrorista, lo puedo evitar y morir en el intento o no evitarlo y también morir o cientos de combinaciones más. Y Dios existe o no existe, no hay término medio. Estas cosas son así porque hay una realidad fuera de mí que es como es y no como a mí me gustaría que fuese. Y yo quiero saber las consecuencias de mis acciones. Uno de los pilares de nuestra civilización es la creencia de los griegos de que el ser humano puede conocer la realidad y emitir juicios razonablemente certeros sobre ella. Pero desde hace varios siglos parece que avanzamos en el camino de negar ese pilar. No será gratis. Así pues, anhelamos la verdad y la verdad es algo que nos trasciende, que no creamos nosotros. Por eso Aristóteles la clasificó como uno de los trascendentes.

El bien. Nuestro ser, y nuestra inteligencia como parte de él, busca inevitablemente el bien e intenta alcanzarlo impulsado por la voluntad. No puede no buscarlo. Podemos equivocarnos en identificar cuál es ese bien, pero no podemos dejar de buscarlo. Madre Teresa lo buscó con toda su alma lo que consideraba su bien. Probablemente impulsada por las dos estrategias de Dios. Hitler creía que el bien para él era dominar el mundo y esto pasaba por masacrar a millones de judíos. Y dedicó a lograr este fin una inmensa voluntad. Es obvio que se equivocaba identificando el bien, pero buscaba lo que él creía que era el bien. Eso no le exime de responsabilidad porque, como hemos dicho antes, el uso de nuestra inteligencia para la búsqueda de la verdad nos debe llevar al auténtico bien. No tengo ni idea cómo se sentía Hitler mientras masacraba a los judíos y llevaba a medio mundo hacia la destrucción. Tal vez no se sintiese mal porque era un loco vesánico. Un loco con un tipo de locura de la que él era responsable, que no le impedía usar la inteligencia y que, por supuesto, no le exime de la responsabilidad. Lo cierto es que acabó pegándose un tiro en un bunker, acorralado por las consecuencias de sus actos. Pero de lo que no me cabe duda es de que un ser humano sano no puede sentirse bien cuando al buscar erróneamente el bien, hace el mal. Puede anestesiar su conciencia hasta el punto de no sentirse mal de forma continua, pero tengo pocas dudas de que tendrá flashes de repugnancia hacia sí mismo. Por eso, partiendo de esa repugnancias, con la colaboración de la verdad y del ansia del bien, es posible que se redima de su maldad. Si no tuviésemos estas cosas en nuestro interior, no existiría esa posibilidad. Y el bien, correctamente encauzado, se llama bondad. Y la bondad suele, muy a menudo, llevar aparejado algo muy parecido a la felicidad. También la mentalidad moderna es a menudo despectiva con la bondad, identificándola a menudo con la estupidez o, casi peor, la caricaturiza en un buenismo carente de verdad. Como la verdad, la sed de bien es algo que nos trasciende. De ahí que también Aristóteles la etiquetase como un trascendente.

La belleza. No creo que haya un solo ser humano que no haya sentido el éxtasis de la belleza en muchos momentos de su vida. Puede ser ante un cielo estrellado o ante un paisaje impresionante, una puesta de sol o un mar embravecido. Ahí, fuera de nosotros, está la belleza. Y, misteriosamente, podemos entrar en sintonía con ella. Digo misteriosamente porque no hay ningún otro ser vivo que pueda hacerlo. Ni siquiera que tenga la capacidad de percibirla. Y no por falta de sentidos para ello. Muchos los tienen más finos que nosotros. Pero les falta algo. Algo que los seres humanos sí tenemos. Pero, además, en lo que a la belleza se refiere, los seres humanos somos capaces de crearla fuera de nosotros de tal forma que muchas personas pueden extasiarse con la belleza creada por otros seres humanos. Ahí están Bach, o Miguel Ángel, o Velazquez, o Machado, o san Francisco de Asís, creándola con el ejemplo de su vida  –y tantos y tantos seres humanos, famosos o desconocidos, que la han creado con uno u otro acto de su vida. Me atrevería a decir que no hay un solo ser humano que no haya creado algo de belleza en algún momento. Bach decía que él escribía música para “Laudatio Deo et recreatio cordis”, es decir, para “alabanza de Dios y recreo del corazón”. Porque la belleza, creada y contemplada, ensancha el corazón y, también, como el bien y la verdad, nos acerca a algo que se parece mucho a la felicidad. Y la belleza, incluso la que creamos nosotros, es algo que nos trasciende. Mahler decía que el no componía, sino que era compuesto. Una vez más el pensamiento moderno tiende a menudo a pasearse al lado de la belleza sin apreciarla o, peor, intentando llamar belleza a la fealdad. No me resisto a citar a Jacques Pawels en su obra “Las últimas cadenas”: La reflexión moderna tiene poco que ver con la emoción estética. Es más imprecadora que jubilosa. Y sin embargo, las obras maestras son siempre, en definitiva, himnos de agradecimiento. ¿Tiene la belleza un sentido? No podemos prescindir de ella, pero ese sentido sobrepasa nuestro entendimiento”. ¿Agradecimiento a quién? Ese júbilo que despierta en nosotros la belleza tiene también mucho parecido con la felicidad. He aquí el tercer trascendente que identificó Aristóteles.

Por último, la unidad o, si se prefiere, la coherencia. ¿Hay algo parecido a la satisfacción que siente un contable cuando los millones de transacciones realizadas en un año se llevan al balance y encajan, o sea, cuadran? Recuerdo la primera vez que entendí la contabilidad y su mecánica para que todo encajase. ¡Me quedé maravillado! Aún hoy me maravilla la contabilidad por su inexorable coherencia. ¿Puede haber una satisfacción mayor de la que siente un matemático cuando, tras usar diferentes métodos –inductivo, deductivo, reducción al absurdo, etc.– en una demostración compleja, llega al “quod erat demostrandum”? Debe ser la increíble. El ser humano aspira a la unificación de conceptos. Siempre está intentando obtener patrones que le permitan pasar de la diversidad a la unidad. Una sinfonía no es otra cosa que la diversidad fundiéndose, sin confundirse, en la unidad. Los griegos lucharon para obtener una visión unitaria de la diversidad. Fruto de esta búsqueda fue el hallazgo, por parte de Heráclito, de la idea del logos, en el que se funde toda la multiplicidad de un mundo en el que todo fluye. Linneo debió sentirse enormemente satisfecho cuando hizo la clasificación taxonómica de todas las especies entonces conocidas, desde una humilde hormiga hasta ascender a los tres reinos, animal, vegetal y mineral por la escala de géneros, familias, phyla, etc. Darwin sintió un inmenso asombro cuando descubrió unas sencillas reglas que permitían reconstruir el crecimiento del inmenso y maravilloso árbol de la vida. Oigamos lo que nos dice en el final de su obra maestra “El origen de las especies”: “De esta manera, el objeto más impresionante que somos capaces de concebir, o sea, la producción de animales superiores, es resultado directo de la guerra de la naturaleza, del hambre y de la muerte. Existe grandeza en esta concepción de que la vida, con sus distintas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en una o varias formas, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan simple, infinidad de formas cada vez más hermosas e impresionantes”. En la unidad se funden equilibrados los otros tres trascendentes, vedad, belleza y bien creando el estupor, el asombro, que no es algo lejano a la felicidad. Y, el ser humano, buscando estas cosas que le trascienden, que no sabe de donde vienen pero que sabe que vienen de muy por encima de él, busca a Dios. A menudo a tientas. Pero, como escribió san Juan de la Cruz, “para buscar la fuente/sólo la sed nos basta”. A veces, incluso, sin saber que le está buscando a Él. Pero no me buscarías si antes no me hubieras encontrado. O, como decía san Anselmo, “te buscaré deseándote, te desearé buscándote, amándote te encontraré, encontrándote te amaré”. Y así, Dios nos atrae hacia Él. Es su estrategia de atracción, grandiosa, llena de glamur, del glamur que busca el lado luminoso de nuestra inteligencia.

Hay también una intrínseca unidad en el uso complementario por parte de Dios de las dos estrategias, que nos sitúan entre su presión y la sed de Él. Que nos empujan por un lado y tiran de nosotros hacia Él.

Decía hace unas líneas que Dios no estaba sujeto a la ley de los recursos escasos, que podía usar a tope ambas estrategias de atracción y de presión empleando en ellas tantos recursos como quisiera. Puede vender a un precio tan bajo como quiera, hacer tanta publicidad como desee, diseñar un producto tan bueno como quiera, darle a la distribución tanto margen e incentivos como desee, etc., etc., etc. Entonces cabe preguntarse por qué no todo el mundo corre hacia Él entre empujado y atraído. Porque, como también dije, Dios sí está autolimitado por nuestra libertad. La libertad es también un don único entre los seres vivos y Dios nunca quita los dones que da. Es un don tan misterioso como poderoso y, a menudo terrible, que nos permite no ir hacia Él. Podría, claro está, abrumarnos de tal forma con la inversión en ambas estrategias que esa libertad fuese tan solo una pantomima. Pero eso sería una forma indirecta de quitarnos la libertad. Y Dios no sólo no retira sus dones, sino que no hace trampas con ellos. No es un dictador, ni siquiera del bien. Por eso, a pesar de poder utilizar medios ilimitados, no lo hace. No podríamos amar sin libertad y, en última instancia, la verdad, la bondad, la belleza y la unidad llevan al amor. Vuelvo a citar a Louis Pawels cuando dice: “La vida del hombre sólo se justifica por el afán, aún desdichado, de comprender mejor. Y la mejor comprensión es la mejor adhesión. Cuanto más comprendo más amo. Porque todo lo comprendido es bueno”. Sólo tengo una puntualización que hacer a esta frase. Si nos dejamos empujar y, sobre todo, atraer por el amor de Dios y sus dos estrategias, el afán por comprender mejor no tiene por qué ser desdichado, sino asequible y generador de plenitud y alegría. Porque como reza la Divina Comedia en sus dos últimos versos de la contemplación del Paraíso, “el amor mueve el cielo y las estrellas”. Amén.



[1] El que quiera profundizar en el marketing, le recomiendo mi libro “El marketing como arma competitiva” editado por McGraw Hill. Si mi abuelita viviera diría que es estupendo y que os lo compréis. Y yo corroboro lo que diría mi abuelita.
[2] Quien quiera conocer esta argumentación, le recomiendo que compre mi libro “Más allá de la ciencia” editado por Ediciones Palabra en su colección dBolsillo. Otra vez más, mi abuelita diría que os lo compraseis. Pero, si a pesar de mi ferviente recomendación alguien que no vaya a comprar el libro me lo pide, le enviaré la parte del libro en la que hablo de ello. Esto de mandar una muestra a un posible comprador, también es una táctica de marketing llamada sampling. Se hace con la esperanza de que una vez probada una pequeña dosis del producto, el que lo ha probado, se haga usuario del mismo. 

13 de julio de 2017

Frases 13-VII-2017

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Hoy, después de haberme aceptado, de haber renunciado a maravillarme, me siento menos desesperado. Ausculto el pulso de lo inefable. Escucho los latidos inauditos de la sombra. Espío el vuelo monstruoso de los enigmas primeros.
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Es posible que alcance esta conciencia oceánica que es el corazón mismo del misterio.
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Finalmente, tengo poco que transmitir. Si debiera resumirme, diría que conocer es elevar las cosas hasta el misterio. Que la vida sin el ser esconde la nada bajo el bienestar y que uno no se remonta más que colocándose en el centro. Diría igualmente: lo efímero quiere el movimiento y las pasiones, lo que es eterno quiere reposo y distancia.
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Creo, en fin, que el hombre es el proyecto y el fin de la creación. En este sentido, es un ser del lado de acá y del lado de allá del tiempo. Por eso nuestro espíritu aspira a salir del tiempo, porque no le es natural.

Louis Pawels. Las últimas cadenas.


8 de julio de 2017

Orgullo

En estos envíos y en mi blog he escrito siempre con libertad sobre lo que me parecía oportuno. Mi intención ha sido siempre aportar mi pequeña faceta para que la verdad, que siempre es caleidoscópica, vaya tomando forma. He procurado hacerlo siempre llamando al pan, pan y al vino, vino, pero con respeto hacia todos, aunque a veces sea un poco duro. Pero sin miedo. O venciéndolo, como cuando he dejado la huella de mi opinión sobre el Islam –que no sobre los musulmanes en general. Hoy también voy a escribir con respeto hacia los demás, pero también hacia mi pieza del caleidoscopio, llamando al pan, pan y al vino, vino. Y venciendo mi miedo. No un miedo físico, como el que tuve que vencer al escribir sobre el Islam, sino un miedo a una represalia más sutil pero, si no más peligrosa, sí más próxima: la del poderoso lobby gay, creador de una falsa y deformada visión de la realidad que ha sabido imponer su omnipresente y todopoderoso pensamiento políticamente correcto. Basta de preámbulos y al grano.

¿Por dónde empezar? Sin duda, por el respeto. Esta expresión de respeto no es, ni de lejos, una benevolentia captatio que, además, sería inútil. Es la expresión de mi creencia en el respeto debido a todo ser humano. Respeto profundamente a los homosexuales. A todos. Pero a unos más que a otros, sin despreciar a ninguno.

Respeto, y quiero, más a los que lo son por accidentes de la vida. No sé, ni me importa, si hay quien ha nacido homosexual por causas genéticas. Sé, en cambio, que sí los hay por causas que podríamos llamar “educativas”: un padre distante, despótico o violento, una madre hiperprotectora o con añoranza de hijas, etc., etc., etc. Estos homosexuales me producen una compasión infinita. Sé que acabo de poner la primera piedra para ser lapidado. Pero, sí, éstos me producen, además de respeto, compasión, ternura y cariño. Para éstos la homosexualidad no es una opción. Es casi una dura imposición de la vida que cada uno llevará como pueda y que creo que a muchos les produce un enorme sufrimiento. Y les quiero aunque este sufrimiento haya vuelto a bastantes de ellos amargos o agresivos. Y quiero y respeto infinitamente más a los que, a pesar del mismo, han sabido mantenerse dulces y afables. Y conozco a unos cuantos.

Respeto también como personas, aunque respete menos su actitud, a los que, sin mediar causa inevitable,  han llegado a la homosexualidad a través de un proceso de búsqueda de experiencias sexuales “novedosas”. De estos también los hay. De los anteriores he dicho que me producen respeto. A estos, los respeto, pero ese respeto me lo tengo que fabricar yo. Y reconozco que me cuesta. Y les quiero, pero de una forma distinta. Tengo que hacer un esfuerzo de voluntad para ello. Quererlos no significa que los quiera como amigos.

Voy ahora a lo del orgullo. Orgullo, ¿de qué? Uno puede estar orgulloso de logros que haya podido conseguir honestamente con esfuerzo. Creo que se puede uno sentir orgulloso de haber fundado una familia y haberla sacado adelante a fuerza de lucha y sacrificio. Pero, ¿orgullo de ser homosexual? ¿O de ser heterosexual? No veo ningún motivo para estar orgulloso ni de lo uno ni de lo otro. Eso es algo que se es. Punto. Y, ¿manifestarse por eso? No me imagino una celebración del día del orgullo heterosexual con desfiles, alharacas y tíos o tías enseñando orgullosos sus atributos sexuales y adoptando actitudes de vulgaridad vomitiva Si alguna vez hubiese un ridículo día del orgullo hetero y se hiciese algo así, me asquearía profundamente. Entonces, ¿por qué tengo que ver con una sonrisa complaciente cómo un energúmeno homosexual hace la pantomima de sodomizar al oso –el del madroño– de la Puerta del Sol? Y, peor aún, ¿por qué tengo que soportar que se desnuden para después cubrirse con crucifijos? ¿En nombre de la tolerancia? ¿Qué tolerancia asimétrica es esa? Como decía Alfonso Ussía en un artículo de hace una semana, ¿a qué no se atreven a ir a la mezquita de la M-30 a hacer lo mismo con el Corán?

Pero, además, sé de homosexuales a los que esto del orgullo gay y las Drag Queens locas, les repugna tanto como a mí. O más. Porque al final, corren el riesgo de que los identifiquen a ellos y a su homosexualidad, llevada con dignidad, con esa brutal mascarada. El otro día leí un artículo de un escritor homosexual, Álvaro Pombo, en el que, reconociéndose como tal, se avergonzaba de que pudiesen confundir su dignísima actitud con ese esperpento.

Tal vez aquí, con una conclusión más o menos contundente, podría dar por terminadas estas líneas. Pero me veo obligado a hacer un pero y un sin embargo. “Pero” es una conjunción adversativa, es decir, adversa a lo que se ha dicho antes. “Sin embargo” es también una conjunción adversativa que, en general, y en este caso particular, es adversa al “pero” anterior. Al hacer esto, sé que me voy a meter en un mar proceloso, porque no tengo la menor esperanza, ni lo pretendo, de que el primer adversativo aplaque al orquestado pensamiento de la ideología de género. Y sin embargo, creo que me puede enajenar la aquiescencia, o incluso provocar la contrariedad, de algunos heterosexuales. Así que está claro que este “pero” no lo hago para pastelear y quedar bien con unos y otros.

El “pero”. Es un hecho que la sociedad heterosexual occidental de los últimos siglos –no sé ni quiero precisar fronteras y tiempos– ha sido de una crueldad, a veces criminal, con los homosexuales. No estamos libres de pecado. Ahí están, como botón de muestra, los casos de Oscar Wilde y Alan Turing. El primero pasó dos años en la cárcel de Reading en trabajos forzados tras ser condenado por homosexual. Cuando salió estaba gravemente enfermo y murió poco después. Turing fue también juzgado por homosexualidad y condenado a castración hormonal, lo que le produjo graves consecuencias psicológicas que unidas a su inestabilidad existencial, le empujaron al suicidio. Pero sin llegar a esos casos extremos, estoy seguro de que todos los que lean estas líneas y tengan una cierta edad –o aún siendo jóvenes–, podrán recordar casos de maltratos, cuanto menos psicológicos, a homosexuales. Yo recuerdo nítidamente a un compañero mío de clase en el colegio al que se le daba un trato que no sería excesivo calificar de tortura. Teníamos 10 o 12 años y este chico, sin pretender ningún contacto sexual con nadie, tenía unas maneras afeminadas. Ignoro si era o no homosexual en aquel entonces. No tengo la conciencia culpable porque creo recordar haberle defendido en alguna ocasión y no creo recordar haber participado en ninguno de esos maltratos. Pero no puedo por menos que recordarlo con verdadera lástima en algunas ocasiones. Y pude haberle defendido más, pero yo tampoco era el fuerte de la clase. Hace años tuve la oportunidad de saber de él. Entonces sí, era homosexual de forma abierta. Pude escribirle un mail en el que le pedía perdón por lo que yo pudiera haber hecho o dejado de hacer, que le hubiese hecho daño y por lo terriblemente que le tratamos colectivamente. Me contestó dándome las gracias. ¡Sombrero! No estoy seguro de que hoy se hayan erradicado del todo estas prácticas. Es más, estoy seguro de que no se han erradicado. No se trata de cada uno de nosotros –que cada uno vea lo que tiene en su conciencia– sino del comportamiento social. Sería encomiable que el terrible trato recibido por muchos homosexuales no hubiese despertado en ellos un áspero resentimiento como colectivo, pero no ha sido así. Aunque también haya homosexuales que no tienen en absoluto el más mínimo resentimiento, lo que les honra, como colectivo sí que lo tienen. Y creo que tienen sobradas razones para ello.

El “sin embargo”. Sin embargo, lo anterior no les da derecho a desarrollar una ideología de género, basada completamente en la “posverdad” o sea en el desprecio a la realidad,  absolutamente contraria a la naturaleza humana y destructiva para ésta Y mucho menos derecho da a que nos la intentan imponer haciéndonos comulgar con ruedas de molino con leyes basadas en estas “posverdades”. Basta una simple inspección anatómica al cuerpo del hombre y de la mujer para ver que la naturaleza no es neutra. No es acorde con la realidad –sin dar a esta afirmación ningún calificativo moral– decir que hay una simetría entre las relaciones heterosexuales y homosexuales. No. No la hay. No es verdad. Lo que no excluye para nada que debamos respetar el comportamiento sexual privado de los homosexuales. Pero respetar no es decir que hay una simetría, porque no la hay. Por tanto, es absolutamente inadmisible que se intente educar a los niños en esta simetría. Y peor aún educarles en la falsa creencia de que elegir entre la homosexualidad o la heterosexualidad sea algo para lo que uno antes tenga que probar sexualmente ambas “opciones” antes de decidirse. Es una aberración. Por supuesto que la mayoría heterosexual debe respetar a los que descubran en sí mismos la tendencia homosexual. Pero instar a un adolescente a que experimente ambas cosas para probar es sencillamente deleznable. No es cierto que haya cuatro géneros[1]. Sólo hay dos, hombre y mujer, aunque pueda haber más tendencias sexuales. Y, desde luego, es menos cierto todavía que todos esos supuestos géneros sean equivalentes. Como ya he mencionado, una simple inspección a la anatomía y fisiología humanas lo muestra.

Si quiero llevar las cosas hasta el fondo, y quiero, tengo que entrar en los derechos económicos y fiscales. Para ello, tendré que dar un rodeo que me lleve al punto. Y me alegro de dar este rodeo porque en él podré romper una lanza por el discreto pero inmenso orgullo de familia. Es un hecho incuestionable que las familias con hijos tienen que repartir una determinada renta familiar entre varias personas y, por tanto, la renta personal de cada miembro será menor. Si hay un impuesto que se llama Impuesto de la Renta de las Personas Físicas, parece evidente que su sujeto pasivo es cada persona física. Por supuesto, los cabezas de familia que tienen a su cargo varios hijos, tienen que ganar más para mantenerlos y educarlos que si fuesen de los llamados DINKI´s (Double Income, No KIds), pero eso no les da una mayor propensión al ahorro –¿de dónde van a sacar para ahorrar?–, que es en lo que, supuestamente, se basa la argumentación a favor de los impuestos progresivos. En consecuencia, si hay una progresividad en el IRPF, parece evidente que esa progresividad tiene que considerarse sobre la base de los ingresos unipersonales promedio de la familia. Es una cuestión de elemental justicia, no de dádiva del estado, que a la hora de calcular las escalas porcentuales del IRPF se use la media familiar para determinar esa escala, y no los ingresos totales de las personas que trabajan en la familia. Así se lo pedí hace años al Defensor del Pueblo, que por aquel entonces era Gil Robles, en medio del agobio de sacar adelante a mi familia numerosa, en una detallada carta que le envié. Me contestó amablemente, diciéndome que tenía toda la razón, que mi exposición de motivos era impecable, pero que no podía hacer nada. ¡Bien! Repito algo que ya he dicho: esto no es ninguna dádiva, ni compensación de servicios, ni nada. Es la más estricta justicia distributiva.
Pero, además, las familias, hacen inmensos servicios a la sociedad. Evitar el invierno demográfico, del que ahora –con muchos años de retraso y cuando, me temo, ya es tarde– se empieza a hablar con preocupación porque se ven peligrar las pensiones, educar a los ciudadanos del futuro y un largo etcétera de servicios que la familia presta a la sociedad es tarea costosa. Y, por esto, las familias tienen derecho, además de lo dicho anteriormente, a una compensación. No es tampoco una dádiva del estado. Es un pago a importantes servicios onerosos prestados a la sociedad. Es cierto que tener más o menos hijos es una cosa voluntaria y que el estado no obliga a nadie a tenerlos, pero fomentar la natalidad es fomentar el futuro y la prosperidad de un país y los estados inteligentes así lo hacen. Francia es un ejemplo para ello y me temo que España está a la cola. Occidente le verá, más bien pronto que tarde, las orejas al lobo por no haber sabido estar a la altura en este asunto. Una última palabra de este circunloquio para ir luego al punto. El impuesto de sucesiones –como el impuesto sobre el patrimonio– es, en cualquier caso, injusto. Porque grava un patrimonio que ya pagó todos los impuestos que había que pagar para constituirse, y gravarlo en cualquier forma es una doble imposición, además de un impuesto confiscatorio, expresamente prohibido en la Constitución Española.

Tras este circunloquio, vuelvo al punto de los derechos económicos de los homosexuales. Naturalmente, cuando he hablado antes de la división de la renta entre las personas que forman una unión, entran en esta categoría todas las uniones civilmente registradas. Además, es absoluta e indiscutiblemente de estricta justicia que los hijos adoptados entren en esta división –incluso con mayor peso. Y esto sería aplicable también a los hijos adoptados por parejas homosexuales. Lo que me lleva de plano al tema, espinoso, pero que no voy a esquivar, de la adopción por parejas homosexuales.

Caben muy pocas dudas, si se miran las cosas sin el filtro ideológico, de que la educación y sano desarrollo emocional, psicológico y sexual de un niño requieren unos modelos de referencia que no son modas, sino que hunden sus raíces en la constitución diferencial, anatómica, fisiológica, emocional, psicológica, etc., entre el hombre y la mujer.

 En el caso de las parejas homosexuales, la ausencia a priori de esos referentes tiene consecuencias nefastas en el desarrollo emocional, psicológico, sexual, etc. del niño. No voy a recurrir a estadísticas porque siempre se les puede acusar de estar sesgadas en un sentido u otro. Pero, si se miran las cosas sin el filtro ideológico, es evidente que la figura de un padre y una madre, hombre y mujer, es imposible de sustituir por un hombre que juegue el rol de madre o por una mujer que juegue el de padre o por vaya usted a saber qué combinación de los 112 géneros reconocidos jugando vaya usted a saber qué rol. La paternidad o maternidad no son roles que se representan, son factores insertados en la naturaleza. La ideología puede decir que es igual, pero la naturaleza y la realidad son tozudas y, al final, el que carga con las consecuencias, es el niño. Y los niños tienen sus derechos. Por todo esto, creo que la adopción por parte de parejas homosexuales no debería estar permitida. No me cabe la menor duda de que hay muchos padres y/o madres heterosexuales que no están a la altura de esa responsabilidad. Pero de ninguna son la norma ni es algo que implique un a priori. Es una cuestión indeseable pero subvenida en algunos casos particulares.

En definitiva, y por resumir. 1) Respeto absoluto para todos los homosexuales. Evidentemente están investidos de la máxima dignidad, por el hecho de ser seres humanos. 2) Fin inmediato de toda manifestación de desprecio o abuso reales, no ideológicos, usando las leyes para evitarlos. 3) Cariño hacia los homosexuales que, en general, son más sufrientes que el resto, aunque la ideología anatemice esto. 4) Distinguir drásticamente entre la realidad y la posverdad impuesta por una ideología que la ignora. 5) Lamentable el espectáculo esperpéntico del llamado orgullo gay, que degrada en sus manifestaciones esa dignidad anterior de los propios homosexuales. 6) El derecho de los niños debe primar sobre el supuesto derecho de las parejas homosexuales a adoptar. 7) sobre todo lo anterior, en especial lo del punto 6), exactamente los mismos derechos fiscales y económicos para homosexuales y heterosexuales.

Otro tema que no deja de sorprenderme y, por qué no decirlo, indignarme, es que se haya convertido en anatema que una persona homosexual quiera acudir a un psiquiatra o psicólogo para, al menos, intentar paliar el dolor que le pueda causar su condición o, incluso, ver si puede ser revertida su tendencia, cosa que no tiene por qué ser imposible en todos los casos. No, el mero hecho de que alguien pretenda semejante cosa, ya es considerado como una afrenta. Simple y llanamente, se niega a todo homosexual, en nombre de una ideología, el derecho a usar su libertad para buscar alguna terapia, y al médico, su obligación de ofrecerla. Y, por supuesto, el médico será acusado, sin ninguna razón, de usar métodos torturantes, como la castración terapéutica o los métodos conductistas, que son, por supuesto, deleznables para cualquier persona y que si en el pasado han podido usarse, están totalmente fuera de cuestión hoy en día.

Concluyo: Detesto la frase de “piensa mal y acertarás”. Soy ferviente partidario de esta otra: “piensa bien y serás feliz… aunque algunas veces te equivoques”. Pero con demasiada frecuencia caigo en la tentación de aplicar la primera. Y esta es una de esas ocasiones. Confieso mi pecado. Desconfío profundamente de todas las teorías conspiratorias. Pero cuando se produce un manejo tan profundo y extendido de ideologías como la de género, o su subconjunto, la ideología gay, tiendo a pensar si no seré un poco ingenuo. Y, en este caso, me pregunto quién puede tener el interés y el dinero para impulsar estas ideologías. Y creo que tengo una respuesta. El ubicuo movimiento antisistema. Y, por supuesto, no me refiero a los partidos nacionales antisistema, aunque acojan con alborozo todo el proceso. La cosa es de más altos vuelos. ¿Paranoia? Dicen que un paranoico es, en realidad alguien clarividente. ¿Soy paranoico o clarividente? Creo que lo segundo. Este grupo tiene todo el dinero que haya podido sacar de 72 años de poder omnímodo en la URSS. ¿Es razonable pensar que en los años de la perestroica, cuando era evidente el desmoronamiento de la URSS, comunistas clarividentes hayan sacado dinero para preparar el renacimiento tras el invierno? Creo que sí. La URSS  perdió la batalla de la realidad, pero en modo alguno sus semillas forradas están dispuestas a dar por perdida la guerra. Han aprendido que no tienen nada que hacer contra el sistema de democracia-capitalismo, al que odian, si compiten frontalmente con él. Por tanto, han optado por intentar destruirlo por otras vías. Su vetusta “lucha de clases” ha quedado obsoleta hasta producir risa. Pero Antonio Gramsci, Secretario General del Partido Comunista Italiano, diseñó, en su larga estancia en las cárceles de Mussolini una nueva estrategia de destrucción de las sociedades basadas en la libertad y el capitalismo. Una faceta de esta estrategia polifacética gramsciana pretendía inventar e impulsar nuevas versiones de la lucha de clases usando la posverdad. Por supuesto, no definió cuáles eran esas nuevas luchas de clases, su clarividencia no podía llegar a eso. Simplemente alertó para estar ojo avizor y aprovechar cualquier oportunidad. Y éstas aparecieron. Una de ellas se llama lucha de género: feminismo radical y movimiento gay. La vieja lucha de clases necesitaba fomentar el odio. También estos movimientos lo hacen. En la lucha de clases no se trataba de mejorar la condición de los trabajadores. Esa mejora, lograda por el capitalismo, no por el socialismo, es la que ha acabado con ella. En las nuevas luchas se trata, por tanto, de superar el talón de Aquiles de la vieja lucha de clases. Se trata de fomentar un odio que no pueda ser superado por los hechos. No se trata de la justa lucha por conseguir la igualdad de derechos de mujeres y hombres basándose en la realidad. No se trata de la justa lucha para evitar la injusta discriminación contra los homosexuales. No. Se trata de fomentar un odio ajeno a cualquier realidad y, por lo tanto, insalvable. Se trata de inventar, o exagerar hasta la parodia, una clase de machistas y homófobos en la que catalogar a todo el que intente dejar patente la sistemática deformación de la realidad por las posverdades de esas ideologías. Tienen para ello el motivo, los medios y la estrategia. Hay, además, algunos países ricos y poderosos que tendrían una inmensa alegría viendo a occidente de rodillas. Y ya se sabe, en diplomacia, los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Por supuesto, la inmensa mayoría de las personas que se mueven en el apoyo a la ideología LGTB ni sospechan esta jugada. Y a fe que el método es eficaz. Por eso, y para terminar, quiero dejar bien clara una cosa: aunque los filtros ideológicos hagan que determinadas personas que lean estas líneas puedan llamarme homófobo, NO SOY HOMÓFOBO EN ABSOLUTO. Se podrá estar o no de acuerdo con lo que digo en estas páginas, pero nadie podrá decir, señalando una sola frase de las mismas, que nada de lo dicho aquí pueda ser ofensivo para los homosexuales que no pretendan hacer un exhibicionismo procaz de su condición. Y si se entiende que lo que digo de los que sí siguen esas conductas es ofensivo, entonces también lo es para los heterosexuales que pudieran hacer algo parecido, luego se me podrá llamar lo que sea, pero el término homófobo no aplica.



[1] Si sólo se pretendiese que hubiese cuatro… Pero Vivit Muntarbhorn, experto de la ONU en el tema define 112 géneros. No me cabe duda de que puede haber una inmensa variedad, seguramente superior a 112, de orientaciones sexuales, algunas de ellas respetables, en el sentido de que las personas que las tienen merecen nuestro respeto, pero la mayoría profundamente aberrantes. Seguro que algunas de ellas son puramente delictivas, también en países “progresistas” como Suecia, que tiene pendiente un juicio a Assange por presunto abuso sexual con menores.