25 de febrero de 2018

Mi mujer y la epopeya de los Padres de la Iglesia


Blanca, mi mujer, a sus sesenta y… años empezó la carrera de Teología. No es la típica señora desocupada que no tiene otra cosa que hacer. Está enormemente ocupada en varios frentes: llevar la casa, apoyar a sus/nuestros numerosas hijas/nueras (diré también hijos/nueros para no parecer feminista), como una abuelaza, con sus/nuestros 10 nietos, ser amiga, buena amiga, de sus amigas, un largo etc., y, después, como última pesada carga, soportarme a mí. Después de todo esto, en sus ratos “libres” estudia teología. Tras unos años, ya está en 4º y este martes pasado, el día 20, se examinaba de patrología. Me he enterado el otro día que patrología es el estudio de los Padres de la Iglesia. Porque el Domingo pasado, tarde por la noche, me dijo que le ayudaba que estuviese oyéndola cómo estudiaba en voz alta ese galimatías de la patrología. Durante todo el Domingo estuvo al loro de los varios nietos que vinieron a casa. Sólo por la noche encontró un rato “libre” que pudo dedicar al estudio. Estaba estudiando todas las discusiones y razonamientos que los primeros padres de la Iglesia tenían sobre lo que sabían por la revelación, pero querían definir con la mayor claridad posible. A saber: cómo Dios era uno y, al mismo tiempo tres personas. Cómo se relacionaban estas tres personas entre sí. Cómo una de ellas estaba unida en una unidad absoluta con un ser humano al 100%. Etc., etc., etc. Total, nada. Debo reconocer que mi impresión era que esos Padres se dejaban llevar por unas elucubraciones mentales sin demasiado sentido. Palabras griegas que ni remotamente entendía como ousia, prosopon, hipóstasis y otras muchas de las que ni me acuerdo. “¡Qué horror! –pensaba–, ¿es realmente necesario tanto rollo? A fin de cuentas, o se cree o no se cree. ¡Con tanta discusión es posible hasta que hasta se pierda la fe! ¡Seamos más sencillos, por favor!”

Debo reconocer que en un momento dado mi paciencia se agotó y me fui a la cama. Caí como un leño antes de que Blanca acabase de estudiar, a saber a qué hora de la madrugada. Pero, al día siguiente y en días sucesivos, hasta ayer, empecé a reflexionar sobre todo esto y mi perspectiva ha cambiado drásticamente. Los primeros cristianos no tenían ninguna necesidad de explicarse a sí mismos todas estas cosas. Se las habían oído a Jesucristo y eso les bastaba. Ellos sólo querían transmitir la Buena Noticia. Dios amaba al mundo y por eso lo había creado bueno. Y amaba especialmente a los seres humanos, a pesar del mal uso que habían hecho de su libertad. Y lo amaba hasta el punto de hacerse uno de ellos, de venir a vivir con ellos –nosotros– nuestras miserias y a hacerlas suyas. ¿No era Dios? ¿Por qué había que explicar cómo lo había hecho? Lo había hecho y punto. La Buena Noticia era que lo había hecho. Ellos lo habían visto y lo predicaban con fuego en el alma. Las generaciones siguientes no lo habían visto, pero la anterior le había transmitido ese fuego y tampoco necesitaban explicar cómo era eso. Era, y eso les bastaba. Esto era, y siento usar una palabra griega, la predicación del kerigma. Pero a medida que crecían en número y ampliaban el círculo al que llegaban, se encontraban con el escepticismo, con la animadversión y con la persecución. Y, en mitad de estas calamidades, tenían que saber explicar esta buena noticia a ese mundo escéptico. Y no era un mundo escéptico cualquiera, no. Era nada menos que el mundo griego, el mundo de la filosofía. Y si querían llegar a ese mundo, tenían que explicárselo en su lenguaje. Como dijo san Pablo tenían que hacerse todo en todos, para ganar a algunos. Tenían que usar esa filosofía. Por tanto, tenían que hacerse entender por los neoplatónicos, los aristotélicos, los sofistas, los epicúreos, los atomistas, los estoicos, los pitagóricos, los de la escuela de Éfeso o de Elea. Tenían que entrar en sus dialécticas de lo uno y lo múltiple, lo inmutable y lo cambiante, tenían que deambular por toda la inmensa gama de creencias y desarrollos en que se había desplegado la filosofía griega. Y los creyentes se hicieron filósofos y consiguieron hacer creyentes a algunos filósofos. Pero se encontraban con una dificultad insalvable. Tenían que explicar en términos de razón algo que estaba mucho más allá de los estrechos límites de la razón humana. No deja de ser una tragedia intelectual. Y, por si fuera poco, lo tenían que hacer en medio de la hostilidad y las persecuciones en las que se jugaban la vida. La tragedia intelectual se veía así envuelta en la tragedia de la muerte. Terrible.

Y así fueron progresando, sin la más mínima posibilidad de una respuesta definitiva. Me parece triste cuando, sin tener ni idea de esta gesta, hay gente, a menudo inmensamente ignorante, que afirma que la fe es irracional. De ninguna manera. La fe es transracional, pero nunca irracional. Por supuesto, no progresaban ni en una línea continua ni en una única línea. Había líneas quebradas, avances y retrocesos, divergencias. Cuando esas divergencias se hacían múltiples y se separaban demasiado, se convocaban concilios en los que se intentaba fijar el camino. Nunca sin discusión. A menudo con discusiones terribles. Siempre aplicando la máxima que más tarde haría famosa san Agustín de “En lo esencial, unidad, en lo dudoso, libertad y en todo, caridad”. Los obispos iban a los concilios desde el otro lado del mundo entonces conocido. De Córdoba a Nicea, de Bretaña a Constantinopla, de Cartago a Calcedonia. A riesgo de su vida en viajes que podían ser terribles. Y se discutía desde la razón. Y gracias a ello, la fe católica ha podido no sólo coexistir, sino formar una simbiosis con la filosofía griega. Algo que no puede decir el Islam que tan pronto como se encontró con esta filosofía tuvo que rechazarla por incompatible con unas creencias irracionales. Y al final de esas discusiones se establecía la línea que debería convertirse en tronco. Y frente a estos había dos tipos de actitudes. La primera, de la mayoría de los disidentes de la corriente troncal que, con humildad, se plegaban a esa corriente, aunque en principio sus ideas fueran por otros derroteros. Otros, los menos, se empecinaban en sus errores y rompían con el tronco. Y todo esto se hacía con luz y taquígrafos. No es que se levantase acta de todas estas discusiones conciliares y, en su mayoría, extraconciliares, es que hay miles de cartas cruzadas entre todos ellos.

Claro, ahora es muy fácil para nosotros preguntarnos, unos cuantos siglos más tarde, si no sería mejor creer lo que creemos sin tantas elucubraciones mentales. Pero es que ahora tenemos el enunciado de lo que creemos gracias a aquellos gigantes. Caminamos a hombros de gigantes y tenemos la formulación del credo niceno-constantinopolitano:

Creo en un solo DIOS, PADRE todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, JESUCRISTO, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el ESPÍRITU SANTO, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo la iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.

Esta formulación, no es más que la punta del iceberg de todo lo que hay debajo y el prólogo de todo lo que vendría después. Por debajo del iceberg estaban preguntas como: ¿Cuál es la relación entre las tres personas? ¿Qué significa lo de engendrado, no creado? ¿Y eso de la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, qué significa? ¿Cómo es la unión entre la naturaleza divina y humana de Cristo en una sola persona? ¿Hay un reparto de roles entre Padre, Hijo y Espíritu Santo? Para todas estas preguntas que, como he dicho antes, entran en el campo de lo transracional, hubo que hacer, no sin grandes resistencias, alguna puntualización a una cuestión tácitamente aceptada en la filosofía griega. A saber: la identidad entre el concepto persona y el de naturaleza. Los griegos daban por sentado, sin cuestionárselo, que en cada ser humano había una sola persona y una sola naturaleza. Y esta identidad se generalizó sin ningún cuestionamiento. Sin embargo en el Dios trinitario esta identidad no se da. Hubo que romperla. En Dios Uno hay UNA sola naturaleza divina. Por eso el cristianismo es una religión monoteísta. Pero no hay una sola persona. Hay tres Personas divinas. En cambio, en Jesucristo hay una sola Persona, divina, pero dos naturalezas. Una completamente divina y otra completamente humana. No era fácil romper ese binomio de la filosofía griega, pero era necesario para ahondar, aunque fuera muy superficialmente, en la transracionalidad de lo que se creía. Y no era una inutilidad. Por supuesto, Aristóteles ya creía que el mundo había sido creado. Los griegos creían en un universo eterno en el tiempo, pero creado en su ser, ontológicamente, por una causa primera, eso sí, una causa impersonal. Y Aristóteles, al que esto le parecía indudable, no alcanzaba a entender qué había impulsado a esa causa primera a causar. Sólo el Dios trinitario, tres Personas unidas por el Amor, podía tener una razón para crear. Razón que no es otra que la exuberancia de ese Amor. Es por esta búsqueda infructuosa de la razón de la causa primera para causar por lo que santo Tomás  decía: “Qué angustias no sufrieron de una y otra parte aquellos preclaros ingenios”. Buscaban tan ansiosa como infructuosamente esa razón.

He dicho algunas cosas que había debajo de la punta del iceberg de la formulación del credo, pero no he hablado de lo que vendría después. Por ejemplo, la referencia a la comunión de los santos en la formulación del llamado Credo de los Apóstoles que, en contra de lo que su nombre puede parecen indicar, es posterior a la formulación niceno-constantinopolitana. No creo que pueda resistirme a hablar de este dogma de la comunión de los santos en un próximo envío. Otro ejemplo de lo que vendría más tarde es el reconocimiento de la Virgen María, no sólo como madre de la naturaleza humana de Cristo, sino madre de todo Cristo, de sus dos naturalezas indisolubles, la humana y la divina y, por tanto, como madre de Dios. Quizá nadie haya expresado la maravilla de esto mejor que Jean Paul Sartre en su auto de Navidad “Barioná, el hijo del trueno”[1], en la que dice:

La Virgen está pálida mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí de su condición humana delante de su hijo. Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, es Dios. Le mira piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe que respira, un Dios al que de puede tocar; que sonríe. Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas que le sonríe.

También vinieron después las discusiones teológicas acerca de la necesidad de la Gracia y las obras para la salvación, y muchas otras más.

Al leer esto alguien podría pensar que todo el dogma cristiano no es más que una elaboración posterior llevada a cabo por una especie de frikis que discutían de estas cosas en el vacío. Nada más lejos de la realidad. Es importante recordar lo que dije unas líneas más arriba. Estos “frikis”, lo eran, pero lo eran de lo que habían visto u oído. Lo eran, porque habían tenido un encuentro, físico o espiritual, pero un encuentro REAL con Cristo vivo y resucitado. Y ese encuentro físico, junto con todas las enseñanzas de ese Cristo vivo, estaban plasmadas, desde mediados del siglo I en tres de los cuatro evangelios[2]. Y esos “frikis”, lo que predicaban era el kerigma, es decir, ese encuentro. Y, afortunadamente, todavía hay millones de “frikis” que predican el kerigma porque han tenido ese encuentro con Cristo. De hecho, sin ese encuentro no hay conversión y todo es palabrería vacía. Sin ese encuentro, el mejor teólogo del mundo es un triste teólogo. Sin ese encuentro el cristianismo es una religión más, un conjunto de ritos y normas vacío y frío. Pero ese encuentro, que hay que revivir cada día, transforma la vida y convierte a la gente que lo tiene en “frikis” que anuncian ardientemente el kerigma, la Buena Noticia. Pero fue necesario encontrar las fórmulas que tradujesen ese encuentro con una realidad transracional en pobres palabras y conceptos. Fue el hecho de descubrir esa inmensa riqueza intelectual lo que llevó a John Henry Newman del evangelismo calvinista al anglicanismo y, de éste, al catolicismo, recuperando la inmensa riqueza de una tradición que Lutero había tirado a la basura por un antojo personal. Dos cosas caracterizaron tal Cardenal Newman: la primera, su confianza en la misericordia de Dios, que estuvo en la raíz de su primera conversión y, la segunda, su confianza en la complementariedad de la fe y la razón. Acabo con dos frases de dos Papas recientes. Primero, con Juan pablo II, que en su libro “Fe y razón” dice: “La fe y la razón son las dos alas con las que el espíritu humano puede elevarse a la contemplación de la verdad”. La segunda de Benedicto XVI, creo que de su libro entrevista “La sal de la tierra”. Cito de memoria y, por tanto, la cita no es textual, pero viene a decir que a Dios sólo se le puede conocer por analogía y que, aún así, cualquier analogía que señale a Dios, aunque vaya en la buena dirección, no es más que un dedo índice extendido entre el cielo y la tierra.

Así que hurra por estos padres de la Iglesia que, con su epopeya, nos han allanado el camino y nos han llevado sobre sus hombros de gigantes, aún a costa de que consideremos su proeza como elucubración y de que este mundo cada vez más inculto piense que las creencias cristianas son irracionales. Y hurra también a los intelectuales que han escarbado en la inmensidad de catas y actas conciliares para reconstruir ese camino. Y, por qué no, hurra también por Blanca, que con voluntad y perseverancia y, entrem todas sus actividades, acabará la carrera de Teología.

P.D. El martes Blanca se presentó al examen de patrología y dice que le salió muy bien. ¿Será porque la escuché mudo y escéptico? No lo creo. Pero yo sí que aprendí escuchándola. Espero, no obstante, que estas líneas no caigan en manos de su profesor de patrología, porque puede haber en ellas tales barbaridades que su profe la suspenda.


[1] Sartre escribió este auto de Navidad en 1940, estando prisionero en el campo nazi de reclusión de soldados franceses prisioneros de Tréveris, en el Stalag 12D. Se representó en el campo el día de Navidad de 1940. La representamos en la UFV durante tres años en Navidad. Se puede encontrar el libro en la editorial Libros Libres, colección Voz de Papel.
[2] El cuarto, el de san Juan, fue escrito a finales del siglo I.

Unas pinceladas sobre la actualidad de la semana pasada


Parece que la actualidad de Cataluña sigue su monotonía de los jueces cumpliendo con su obligación de procesar a quien se salte las leyes, de los procesados renegando ante el juez de todo lo que hicieron a finales del año pasado, o huyendo de la justicia etc., etc., etc. Así que poco nuevo que comentar sobre la actualidad de Cataluña, salvo que la caña quebrada del PSOE ya empieza, con su característica mezquindad, a decir que eso de que haya libertad para elegir la enseñanza en español en Cataluña tendrán que decidirlo los independentistas. Mezquindad de mezquindades, todo mezquindad. Pero aparte de eso (que es bastante), nada.

Pero ya puestos a hablar de mezquindades qué decir de las reacciones ante el hecho de que una cantante, Marta Sánchez, haya ejercido su más elemental derecho a su libertad de expresión y haya cantado el himno de España (la marcha real) con una letra suya. “¡Nada de símbolos!” –grita la izquierda–, “la grandeza de España no está en los símbolos” –dicen grandilocuentes–, “sino en la educación pública, el estado del bienestar” y no sé que otras cosas más. Lo que olvidan es que con esos signos de grandeza, consiguieron que España se asomase a la bancarrota y fuese considerada por el resto de Europa como un cerdo (PIG’s). ¿O ya se nos ha olvidado? Y, sin embargo, ahora ha pasado de ser, en vez de uno de los cerdos de Europa, un país enormemente respetado, hasta el punto de que el Ministro Guindos sea el próximo Vicepresidente del BCE con la mezquina oposición, eso sí de los progres sectarios de la propia España. Primero se opusieron porque no era mujer, pero el miércoles Sánchez se descolgó con que no estaba suficientemente preparado. A lo mejor deberían mandar a Bibiana Aído, que es mujer y está sobradamente preparada. ¡Señor, qué cruz!

Si, se nos ha olvidado que a base de que el estado español gastase más de lo que podía durante muchos años, estaba casi en bancarrota. Y ahora vienen los pensionistas. Por supuesto que es importante y bueno que los pensionistas tengan una buena pensión. Cuánta más mejor. Pero la cuestión es: ¿cuánta es posible? Qué importa que un análisis serio diga que para que se pudiese hacer crecer las pensiones de acuerdo con el IPC, la economía española tendría que crecer al 4,5% hasta 2015. No me molestes con los detalles. Ya veremos de donde sale el dinero. Como siempre, de los ricos y de la banca. Y hay que oir a un periodista que se supone serio que cómo la banca tiene la desvergüenza de que no le parezca bien un impuesto especial (que además no resolvería el problema), cuando se le han dado centenas de miles de millones de rescate. Mentira, porque todos esos millones a donde han ido es a las antiguas cajas de ahorros, propiedad de las Autonomías, que lo han hecho magníficamente bien para arruinarlas. Ni un euro a la banca. Pero qué más da al verdad o la mentira. De hecho, la verdad que jamás se dice y que no decirla es, por tanto, la mayor mentira, es que el sistema de pensiones quebrará irremisiblemente debido a la baja natalidad. Y como esto no se dice, no se empieza a poner el remedio. Y esta mentira tendrá gravísimas consecuencias a un plazo de 10 o 15 años. Pero, ¿a quien le importa esos 15 años? Lo importante es ganar las elecciones dentro de 1 o 2 años. ¿Lo demás? Brindis al sol.

¿Otro asunto sorprendente? La CEOE ha propuesto que el contrato de formación y aprendizaje, en un principio pensado para los jóvenes, se extienda a los parados de larga duración, tengan la edad que tengan, que hayan agotado sus prestaciones o que hayan sido despedidos de empresas en sectores en declive. ¿A alguien le puede parecer mal esto? Sí. A los retrógrados sindicatos que opinan que esto aumenta la precariedad del trabajo. ¿Hay mayor precariedad que estar en tu casa sin apenas posibilidad de encontrar trabajo? Vamos hacia un mundo en el que la forma y el tipo de trabajo cambiará a una velocidad exponencial. Para que esto no genere paro sino, al revés, más y mejor empleo, es absolutamente necesaria la formación continua para adquirir la flexibilidad necesaria para adaptarse a los cambios. Y, ante este mundo, los miopes, estúpidos y decimonónicos sindicatos, se niegan. ¿Pero es que estamos todos gilipollas? De los sindicatos no me sorprende nada. Pero que Juan Carlos Girauta, de Ciudadanos, apoye lo de la precariedad y añada que “la patronal quiere convertir a trabajadores con experiencia en aprendices” y que subraye que “es inconcebible, no entiendo qué visión del mundo, de la economía y de la condición humana hay que tener para plantear esta idea”, me parece inaudito. Lo que me parece inconcebible y me sorprende es la visión del mundo, de la economía y de la condición humana que hay que tener para oponerse.


En fin, ¡viva la posverdad! ¡Vivamos como los monitos que ni ven ni oyen ni hablan! Hasta que el desprecio por la verdad nos de una leche que tengan que recogernos con pala.

21 de febrero de 2018

Frases 21-II-2018


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Lo que hace de la ternura un acto propiamente humano es la intención que, a través del gesto tierno, de la mirada tierna, de las palabras tiernas, tiende a hacerse presente como persona y a cuidar del otro como persona, por medio del calor y de la dulzura maternales, por la protección y por el don de sí… La dulzura del gesto, de la voz, de la mirada acariciadora nos torna presente el objeto en su propia dulzura, nos entrega la amabilidad en la amabilidad que lo acoge, su precariedad en la precaución que lo rodea… Esa potencia dispensadora de calor, de alimento, de caricias… por doquiera y siempre hace germinar en la naturaleza y en la civilización lo oculto, lo débil, lo frágil, lo sutil. Así sucede en la amistad y en el amor, en la educación y en cualquier trabajo que no sea egoísta. Y también en el arte y en el conocimiento, siempre que nazca del asombro y de la admiración y tenga su fuente en el amor al ser. Finalmente, sucede así en el desarrollo pleno de la personalidad, en la afinación del pensamiento, en el despertar de una sensibilidad matizada, en la sutileza de las distinciones; y así también en el progreso de la fe, en el restablecimiento de la imagen divina en el hombre –en vista de lo cual debemos apelar a la maternidad más dulce, la más liberada y, por tanto, la más virginal, la de la mujer que representa ante Dios a la humanidad sufriente.

Frederik J. J. Buytendijk. “La mujer”. Madrid 1955.


17 de febrero de 2018

Del canto a la Gracia y de la Gracia al canto


Como creo haberos contado alguna vez, participo de un coro. Somos un grupo de amigos que nos reunimos en casa todos los jueves desde hace casi diez años para ensayar. De vez en cuando nos piden que cantemos en alguna boda o bautizo de alguien que conoce a un miembro del coro. Desgraciadamente, también nos piden funerales. Y, cuando nos lo piden, vamos a cantar gratis et amore. Somos un coro muy peculiar. Ninguno de los componentes del coro, salvo alguna excepción, habíamos cantado antes y la mayoría de nosotros habíamos tenido la experiencia de que, de niños, en el coro del colegio, nos habían dicho algo así como: “fulano, usted no cante que tiene una oreja enfrente de la otra y desafina”. Y nos lo habíamos creído, con lo que, al empezar con el coro casi teníamos complejo de ser incapaces de cantar. Yo, desde luego, era incapaz de cantar una voz distinta de la que cantaba el que tenía al lado. Inmediatamente me iba siguiendo a la otra voz o, pero aún, cantaba una birria que no era ni la mía ni la suya. Tuvimos la suerte de encontrar un director del coro que nos daba ánimos y nos convenció de que todos, absolutamente todos, podíamos cantar razonablemente bien y, en conjunto, muy bien. Cantamos a tres o cuatro voces. Tenemos las cuerdas de sopranos, contraltos, tenores y barítonos y cada uno sigue su voz. Al principio nos tapábamos los oídos para no oír al de al lado y no irnos con él. Ahora, por el contrario, nos esforzamos en oír la voz de las otras cuerdas para crear la armonía adecuada y eso, en vez de confundirnos, nos ayuda a afinar. Como somos un grupo de amigos desde mucho antes de comenzar a cantar –aunque a través del coro hemos hecho muchos nuevos amigos–el coro nos ha servido de forma de unión y es una forma de mantener la amistad. Somos entre bastante y muy indisciplinados. Cada uno viene cuando quiere. Durante el coro bebemos vino y, al acabar, a las 10 de la noche, sale la tortilla de patata y estamos un buen rato de charla. Nadie se enfada con nadie por que lo haga mejor o peor, tenemos claro que el objetivo es disfrutar, divertirse y pasar un buen rato. Tampoco estudiamos demasiado entre semana y, sin embargo, me atrevo a decir que el resultado en muy digno, incluso oso decir que bueno o, que demonios, muy bueno. Conocíamos otro coro en el que el perfeccionismo y el afán de ser el mejor del coro y los reproches a los que no lo hacían suficientemente bien, a juicio de la mayoría, eran rechazados. Digo conocíamos porque ese coro se ha roto. No sé si cantaba mejor o pero que nosotros, pero el hecho es que ya no canta.

A pesar de todo, a la mayoría de los que formamos el coro nos ocurre que, cuando empezamos con una nueva obra, nos estresamos. Nos parece que no la vamos a dominar nunca, que jamás acabaremos por aprendernos la melodía o el ritmo sin dejarnos influir por los de las otras cuerdas. Se nota cierto nerviosismo en el ambiente y un poquito de tensión. Yo decidí desde el primer día que no me iba a tomar el coro como suelo hacer con el resto de las cosas que hago, de forma un tanto compulsiva y perfeccionista, sino que iba a aprender exclusivamente por contagio, cantando en los ensayos. No quería entrar en una dinámica en la que el coro se convirtiese en una carga. Pero, a pesar de todo, cuando empezábamos una nueva obra, no podía sustraerme al estrés. Hasta que un día fui consciente de una cosa que me pasaba desde el principio, pero en la que no me había fijado, a pesar de que ya llevaba más de ocho o nueve años cantando en el coro. La música venía a mí mucho más de lo que yo la persiguiera a ella o me estresara por aprehenderla. Ocurría que, de repente, una mañana, de forma inconsciente, en la ducha, me encontraba cantando mi voz, la misma que hacía unos días me parecía inasequible. También me pasaba que cuando a mi cuerda le tocaba entrar en medio de lo que cantaban las otras voces, me consumían los nervios de saber su iba a saber encontrar el tono o el instante para entrar bien. Y también me ocurría que el cerebro y el cuerpo lo interiorizaban y me salía de forma casi automática. Bueno, no de forma automática, sino dejando de pensar en ello y mirar al papel para confiar en el director y mirarle a él. No se debe confundir esto con el pasotismo. Procuro mantener en los ensayos una actitud atenta y concentrada, pero desde que he descubierto esto, sin estrés. Simplemente, me he dado cuenta de que, como dije en otra cosa que escribí hace un tiempo, el ser humano está hecho para cantar. Y cuando uno hace aquello para lo que está hecho, todo sale de forma fluida. En cambio, un excesivo voluntarismo, un querer hacer las cosas a fuerza de voluntad y esfuerzo crea, en la realización de aquello para lo que estamos hechos, una parálisis y un miedo muy perjudiciales.

Algo parecido pasa con la vida espiritual. Hemos sido creados para dar gloria a Dios y, si nos dejamos llevar por la corriente que se desliza hacia ese fin, todo fluye hacia Él de forma gratuita. La corriente es pura Gracia. No la creamos nosotros con nuestro esfuerzo. Al revés, si forcejeamos con ella, aunque sea intentando ayudarla a nuestra manera, es muy probable que lo hagamos en una dirección diferente a la de la suya y no la sigamos. Dos textos iluminan esto de forma maravillosa. Uno es un fragmento del Evangelio que podemos leer en Marcos 4, 26-29: El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Sin que él sepa cómo. Sólo hay que poner el grano y, después, dejárselo todo a la Gracia.

El otro texto es un poco más largo. Es de una supuesta conversación entre san Francisco de Asís y el hermano León. La he leído en el libro “Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerc, que recomiendo fervientemente. Este libro narra la profunda crisis por la que pasa el santo de Asís cuando cree ver que la orden que él ha fundado desde la mayor sencillez y pobreza de espíritu, tras su inmenso éxito, se le está yendo de las manos al aparecer una nueva generación de franciscanos con una gran formación intelectual. Siente un poco –o un mucho– relegado ese espíritu de sencillez y pobreza que era su ideal para su obra. Pero su inquietud se evapora cuando Dios le hace ver, en su noche oscura, que su orden no es suya, que es de Él y que está en sus manos. Esto se le viene a la cabeza con una imagen: Dios ES. No le toca a él preocuparse por el futuro de su orden. Es de Dios y como Dios ES, será Él quien la cuide. Y lleno de alegría por este descubrimiento pasea por el bosque con el hermano León.

“-¡Hermana agua! –gritó Francisco acercándose al torrente–. Tu pureza canta la inocencia de Dios.

Saltando de una roca a otra, León atravesó el torrente. Francisco le siguió. Tardó más tiempo. León, que le esperaba de pie en la otra orilla, miraba cómo corría el agua limpia con rapidez, sobre la arena dorada, entre las masas grises de las rocas. Cuando Francisco se le juntó, siguió con su actitud contemplativa. Parecía no poder desatarse de ese espectáculo. Francisco le miró y vio tristeza en su rostro.

-Tienes aire soñador –le dijo simplemente Francisco.
-¡Ay, si pudiéramos tener un poco de esta pureza –respondió León–, también nosotros conoceríamos la alegría loca y desbordante de nuestra hermana agua y su impulso irresistible!

Había en sus palabras una profunda nostalgia, y León miraba melancólicamente el torrente, que no cesaba de huir en su pureza inaprensible.

-Ven –le dijo Francisco, tomándole del brazo.

Empezaron los dos otra vez a andar. Después de un momento de silencio, Francisco preguntó a León:

-¿Sabes tú, hermano, lo que es la pureza de corazón?
-Es no tener ninguna falta que reprocharse –contestó León sin dudarlo.
-Entonces comprendo tu tristeza –dijo Francisco–, porque siempre hay algo que reprocharse.
-Sí –dijo León –, y eso es, precisamente, lo que me hace desesperar de llegar algún día a la pureza de corazón.
-¡Ah!, hermano León; créeme –contestó Francisco–, no te preocupes tanto de la pureza de tu alma. Vuelve tu mirada hacia Dios. Admírale. Alégrate de lo que Él es. Él, todo santidad. Dale gracias por Él mismo. Es eso mismo, hermanito, tener puro el corazón. Y cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas más sobre ti mismo. No te preguntes en dónde estás respecto a Dios. La tristeza de no ser perfecto y de encontrarse pecador es un sentimiento todavía humano, demasiado humano. Es preciso elevar tu mirada más alto, mucho más alto. Dios, la inmensidad de Dios y su inalterable esplendor. El corazón puro es el que no cesa de adorar al Señor vivo y verdadero. Toma un interés profundo en la vida misma de Dios y se capaz, en medio de todas tus miserias, de vibrar con la eterna inocencia y la eterna alegría de Dios. Un corazón así está a la vez despojado y colmado. Le basta que Dios sea Dios. En eso mismo encuentra toda su paz, toda su alegría y Dios mismo es entonces su santidad.
-Sin embargo, Dios reclama nuestro esfuerzo y nuestra fidelidad –observó León.
-Es verdad –respondió Francisco–. Pero la santidad no es un cumplimiento de sí mismo, ni una plenitud que se da. Es, en primer lugar, un vacío que se descubre, y que se acepta, y que Dios viene a llenar en la medida en que uno se abre a su plenitud. Mira, nuestra nada, si se acepta, se hace el espacio libre en el que Dios puede crear todavía. El Señor no se deja arrebatar su gloria por nadie. Él es el Señor, el Único, el Solo Santo. Pero toma al pobre por la mano, le saca de su barro y le hace sentar sobre los príncipes de su pueblo para que vea su gloria. Dios se hace entonces el azul de su alma. Contemplar la gloria de Dios, hermano León, descubrir que Dios es Dios, eternamente Dios, más allá de lo que somos o podemos llegar a ser, gozarse eternamente de lo que Él es. Extasiarse delante de su eterna juventud y darle gracias por Sí mismo, a causa de su misericordia indefectible, es la exigencia más profunda del amor que el Espíritu del Señor no cesa de derramar en nuestros corazones, y eso es tener un corazón puro, pero esta pureza no se obtiene a fuerza de puños ni poniéndose en tensión.
-¿Y cómo hay que hacer? –preguntó León.
-Es preciso, simplemente, no guardar nada de sí mismo. Barrerlo todo, aún esa percepción aguda de nuestra miseria; dejar sitio libre; aceptar ser pobre; renunciar a todo lo que pesa, aún al peso de nuestras faltas; no ver más que la gloria del Señor y dejarse irradiar por ella. Dios es, eso basta. El corazón se hace entonces ligero, no se siente ya él mismo, como la alondra embriagada de espacio y de azul. Ha abandonado todo cuidado, toda inquietud. Su deseo de perfección se ha cambiado en un simple y puro querer de Dios.

León escuchaba gravemente, mientras andaba delante de su padre. Pero, a medida que avanzaba, sentía que su corazón se hacía ligero y que le invadía una gran paz”.

Así. Tan fácil y tan difícil. Entender que Dios ES y dejarle que lo SEA en nosotros y para nosotros.

Y en esto consiste la oración. Por supuesto, hay muchas formas de oración. A Dios se le puede rezar pidiéndole cosas, siempre condicionadas a su voluntad, o intercediendo por otros, o alabándole, o adorándole, o dándole gracias, o recitando oraciones o jaculatorias. Y todas estas formas de oración son buenas. Pero la oración por excelencia es, creo, la del abandono en Él. La de dejarse imbuir por su SER, por su presencia, la de dejar que a uno le suba, de lo más profundo de su ser la alegría de ser sido por Dios. Porque cuando uno sabe existencialmente que Él ES, no que existe, sino que ES, entonces se da cuenta de que el mundo y la vida no son una pasta amorfa, sino que tienen textura. No son, como decía Macbeth en la tragedia de Shakespeare, “un cuento sin sentido contado con gran aparato por un idiota”. Tampoco son una estructura de causas y efectos flotando a la deriva en el vacío, como un témpano errante. No, son una estructura de causas y efectos con una causa final que los orienta a todos y les da sentido. Esta estructura está anclada en el Alfa y el Omega, en el mismo centro de la esfera de nuestro pequeño mundo interior que es nuestro yo y, al mismo tiempo, en el ámbito que se extiende infinitamente más lejos de la superficie que limita nuestra ínfima esfera de existencia y conocimiento. Es decir, parafraseando a san Agustín, está anclada en algo más íntimo que lo más íntimo que hay en mí e infinitamente más grande que lo más grande que hay en mí. Y muchas de esas cadenas de causas y efectos con finalidad caen –cómo podrían no hacerlo– fuera de nuestra diminuta esfera. Pero eso no les quita ni un ápice de su sentido, aunque seamos capaces de encontrarlo al salirse de nuestro ámbito. Sin embargo, de esa certidumbre íntima de que Dios ES proviene una inmensa paz y una profunda alegría como las que experimentó san Francisco.

El otro día tuve una charla con un grupo en el que había un practicante del mindfulness, ahora tan de moda. Estaba explicando como uno tiene que aprender a vaciarse de todo pensamiento para concentrarse en un objeto externo o en un punto de su organismo sin dejarse invadir por ningún pensamiento. Expresaba la enorme dificultad de conseguir esto y el esfuerzo que costaba avanzar en eso. En un momento dado le dije que yo hacía eso mismo pero con dos ventajas fundamentales. La primera que esa meditación yo no la hacía frente al vacío, ni acompañado tan sólo de mí mismo, sino junto a, y en presencia de, un SER que ES, infinitamente más grande que todo lo más grande que pueda haber en mí e infinitamente más íntimo que lo más íntimo de mí mismo que haya en mí. Un SER que ES persona, que es comunidad de personas unidas en la Unidad por el Amor. Por un amor que fluye desde esa intimidad a mí mismo y se derrama sobre un mundo formado por personas que eran también amadas. La segunda ventaja mía es que no era importante que, una vez en la presencia del que ES, se me fuese la olla por los cerros de Úbeda. Porque los cerros de Úbeda son suyos y Él ES también en ellos. Y mientras mi mente se pasea por ellos, está en su presencia. Y, por lo tanto, era muy fácil. Fluía. Como el canto cuando te abandonas a él. Y que, además, cuando en medio de la agitación del día no pensaba ni un segundo en Él, eso no importaba, porque Él estaba entre los pucheros de lo más cotidiano y prosaico de mi vida y sí pensaba en mí. Cuando acabé de decir esto me miraron como si viesen a un extraterrestre o un perro verde. Nadie dijo nada. Tras un silencio un poco embarazoso, empezamos a hablar de la mar y de sus peces. Yo el primero. Pero Él estaba en el mar y nadaba entre los peces.

No tengo ni la más remota idea de los efectos del mindfulness. Pero sé los efectos que tiene una exposición de unos minutos al día, sin realizar ningún esfuerzo, a esa Presencia que ES. Y uno de esos efectos, además de la paz y la alegría, es la unidad. Como pasa en el coro, que si uno no pretende ser la mamá de Tarzán, emerge una sensación de amistad, de esta meditación brota una sensación de unidad. De ser Uno con todo porque todo es Uno con el que ES. Cuando llegué a casa busqué, en un archivo Word que tengo con poesías leídas a lo largo de muchos años, una que recordaba vagamente. De esta no tenía el autor, pero decía:

Sólo hay un sitio, sólo uno en todo el universo
en el que la implacable erosión del bravo mar
no hiera a la roca en sus sólidos cimientos.
Sólo uno, en todos los eones
en el que la oscuridad y la negrura
no se impongan a la luz y su alegría.
Sólo uno entre principio y fin, alfa y omega
en la historia, en la vida y en la muerte.
Sólo uno en el que la fatiga de los días
no prevalezca sobre el trabajo creador.
Sólo uno en mi mente, en mi ser, en mi conciencia.
Sólo uno.
Se llama tu Presencia.
A él tiende mi terca, no dominada voluntad.
Él sólo, Ítaca apenas recordada, me atrae.
Sólo él, sagrario del alma, me subyuga
con palabras como arrullos que resuenan,
eco en eternidades siquiera pronunciadas.
Si yo pudiera asirlo, alcanzarlo con mis manos,
hallaría el reposo, el dulce acomodo,
el amable refugio en que posarme.
Ave migratoria en ardorosa búsqueda
del Sur acariciante, eterno, duradero,
de charcas frescas y de umbrías oquedades,
allí espero encontrarme con mi vida,
allí mi intacta esperanza me conduce.
Por él vuelo como un pato a su destino.
Por él me mantengo, con fe, sin confianza
preñado de esperanza, grávido, en el aire.

El canto y la Gracia. La Gracia y el canto. A Dios sólo se le puede conocer por analogía.

14 de febrero de 2018

Frases 14-II-2018


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

El mundo del trabajo es un mundo de obstáculos. Forma una existencia en la que se suceden tensión y relajamiento, en el que esta sucesión misma constituye una existencia sólida, dura y fuerte, decidida a la acción, hecha de voliciones, de poderes y de deberes, de bríos y de éxitos. Sin duda alguna, estos rasgos son los mismos que tradicionalmente se le reconocen al varón…
El mundo de la solicitud es el mundo de los valores reales y posibles, suscitado por el compromiso de la persona que cuida. La existencia se torna sumisa, atenta, obediente, desinteresada. El desinterés… no teniendo en cuenta lo real… renuncia a conseguir fines prácticos remotos y ligados a una iniciativa personal. La existencia no consiste aquí en el “poder”, ni en el “deber”, ni en el “querer”, sino en la “coexistencia” y en el “respeto”: es sumisa, obediente y dulce… El que cuida, si su cuidado es auténtico, tiene fe y confianza en que el cuidado y la coexistencia pondrán de manifiesto valores que de otro modo permanecerían ocultos.

Frederik J. J. Buytendijk. “La mujer”. Madrid 1955.


9 de febrero de 2018

Frases 10-II-2018


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

El acto humano más conforme a la motricidad de la mujer es el de cuidar; nos da el sentido de su existencia y el del mundo en que vive… El ser en el mundo como cuidado (como cuidar) determina la relación de la mujer con su cuerpo y… el acto de cuidar alcanza su plenitud en la posibilidad maternal.

Frederik J. J. Buytendijk. “La mujer”. Madrid 1955.


7 de febrero de 2018

Frases 7-II-2018


Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

La auténtica mujer viene de la noche de los tiempos. Ocupa todo el horizonte de la creación. Conoce el secreto de las profundidades, de las piedras, de los moluscos, de los peces, de las flores y del sueño. Como los de los gatos y los de las esfinges, sus ojos atraviesan las tinieblas. Posee bajo su lengua la llave de las músicas viscerales, la nostálgica melodía de las sirenas, la sintaxis de los pájaros y el inmaculado solfeo de la tranquilidad postrera. Es la maga blanca que rehace para nosotros una infancia de cada pequeña muerte. Es el hada de largos cabellos rizados, de las pupilas doradas, que espera al hombre para revivir con él el paraíso terrenal. Desear esta mujer disipa todos los demonios. Porque sumergirse en ella enseña al hombre que el regocijo es casto.

Louis Pawels, Las últimas cadenas.


3 de febrero de 2018

Fábula del granjero astuto, el zorro robagallinas y la Sociedad Protectora de Animales


Érase que se era una vez un zorro que se dedicaba a robar gallinas del gallinero de una cooperativa que cuidaba las gallinas de la comunidad de un pueblo vecino. El animal había descubierto un sitio por el que entrar a robar impunemente las desprevenidas aves. Durante años los granjeros se habían limitado a lamentar la pérdida de gallinas sin dedicarse a cerrar el lugar por el que el zorro entraba a robarlas. La verdad es que a los empleados de la granja les venía bien, porque por cada 10 gallinas que robaba el zorro, ellos se llevaban una para el puchero de su casa y así, zorro y granjeros coexistían tan contentos. Pero las fechorías del zorro aumentaban con la impunidad y la connivencia, hasta que la situación se hizo insostenible. Un día, cuando las fechorías del zorro alcanzaron niveles intolerables, le tocó estar al frente de la cooperativa a un granjero astuto y paciente, cuyos amigos y enemigos habían transigido con la situación cuando les había tocado dirigir la cooperativa, pero que ya había puesto incómodos obstáculos al zorro para que no le fuese todavía más fácil entrar en el gallinero. Reunió a todos los cooperativistas y les dijo que había que preparar una trampa sólida y segura para capturar al zorro cuando fuese a robar gallinas. Los cooperativistas no estaban todos de acuerdo en la manera de proceder. Unos querían poner una trampa de la manera más rápida posible, sin preocuparse demasiado sobre su eficacia. Otros querían, antes de poner la trampa, esperar a que el zorro alcanzase el record de 2.000 gallinas robadas. Otros no se decidían a apoyar al granjero director, debido a sus desavenencias con él en otros asuntos, y arrastraban los pies. Otros se preocupaban por el pobre zorro. ¿De qué iba a vivir el pobre animal si le quitaban su sustento? –se preguntaban con preocupación. Algunos de estos, avisaron a la Sociedad Protectora de Animales, no sea que se fuese a hacer daño al zorro si caía en la trampa. La SPA se personó para supervisar que no se torturase al zorro. El director tuvo que templar muchas gaitas y hacer muchos equilibrios para llegar a un punto en el que una amplia mayoría de los granjeros estuvieran de acuerdo en que había que poner una trampa y se diseñase una trampa que cumpliese con el difícil equilibrio de la eficiencia y el visto bueno de la SPA. Esto llevó tiempo y, durante ese tiempo el zorro se siguió aprovechando para robar cada vez más gallinas, ante el descontento general de la gente del pueblo, que veía cómo la rapiña llegaba a cotas escandalosas.

Pero, por fin, la trampa estuvo lista, con un acuerdo bastante sólido entre una gran mayoría de los granjeros. Pero no faltaban los que veían el asunto con tibieza o, incluso, animadversión y pretendían poner solapadamente trabas a la utilización de la trampa o usar para sus intereses a la SPA para que prohibiese su uso. Por su parte, el zorro, se maliciaba la trampa y husmeaba por aquí y allá, sin decidirse a entrar y pretendiendo, a su vez, reclamar con todo tipo de argumentos falaces, protección a la SPA. Tuvo, por fin, que ser un zorro envidioso el que le empujase para que entrase en ella y, parece que, por fin entró. Pero la comunidad zorruna quería seguir encontrando huecos por donde poder seguir robando gallinas. Se trata ahora, por tanto, de poner algún tipo de medidas disuasorias para que los zorros no puedan siquiera acercarse a los gallineros. Pero esto parece que volverá a sembrar las diferencias entre los cooperativistas. Algunos creen que la mejor manera de que los zorros renuncien a robar gallinas en dárselas antes de que las roben. Otros siguen defendiendo de forma más o menos solapada a los zorros. Otros, por fin, creen que hay que poner una valla electrificada, no de alta tensión, pero sí que sacuda un notable calambre a los zorros que se acerquen. Y que los zorros se busquen la vida para cazar conejos o lo que sepan y puedan hacer, en vez de robar gallinas. Estiman que cada calambre educará a los zorros para que no sigan intentando acercarse al gallinero y, de esta manera, los reflejos condicionados les educarán. Es dudoso que se pueda llegar a un acuerdo sobre estas medidas preventivas, pero si alguien puede hacerlo es el astuto granjero. Veremos.

1 de febrero de 2018

Frases 1-II-2018

Ya sabéis por el nombre de mi blog que soy como una urraca que recoge todo lo que brilla para llevarlo a su nido. Desde hace años, tal vez desde más o menos 1998, he ido recopilando toda idea que me parecía brillante, viniese de donde viniese. Lo he hecho con el espíritu con que Odiseo lo hacía para no olvidarse de Ítaca y Penélope, o de Penélope tejiendo y destejiendo su manto para no olvidar a Odiseo. Cuando las brumas de la flor del loto de lo cotidiano enturbian mi recuerdo de lo que merece la pena en la vida, de cuál es la forma adecuada de vivirla, doy un paseo aleatorio por estas ideas, me rescato del olvido y recupero la consciencia. Son para mí como un elixir contra la anestesia paralizante del olvido y evitan que Circe me convierta en cerdo. Espero que también tengan este efecto benéfico para vosotros. Por eso empiezo a publicar una a la semana a partir del 13 de Enero del 2010.

Eva es también anima, el alma, desposada con el señor cuerpo. El señor cuerpo, animus, se hace el astuto, cree en las grandezas temporales, lleva a su esposa de calle en calle, de ciudad en ciudad, a fin de presentarla a su “buena familia y a la gente importante”, a los nobles y a los ministros, a los tíos heredables. La joven mujer, la esposa, Eva, es el alma, que se deja llevar. Deja que hable el señor cuerpo. Deja que la lleve por los caminos. Pero, entre tanto, ella sueña con “la primera mañana”. [...] el sueño de Eva exiliada es también el ensueño de nuestra alma, que se acuerda de la “primera mañana”, en que descendió hacia este “primer atardecer”, de la “reciente primavera” en que descendió hacia este “sol de invierno”. Eva simboliza la parte “femenina” de todo ser humano, que espera ser visitada, ser devuelta al paraíso, a la infancia del mundo. Es, en la humanidad, la parte mística, la que “se acuerda” de la “heredad perdida”, y busca el camino a lo largo de los viejos callejones. La humanidad hija de Eva es la de todos los hombres, y también la del Jesús-hombre, que es también el Jesús-Dios que nos redime.

Charles Moeller, Tomo IV, La esperanza en Dios nuestro Padre, capítulo dedicado a Charles Péguy.